domingo, 31 de julio de 2016

La Biblia. Cómo leerla

En el tema anterior veíamos el proceso de formación de la Biblia así como los Géneros Literarios contenidos en ella. Ahora es conveniente que profundicemos sobre la disposición de todo católico al acercarse a la Biblia. Cómo debemos leerla, cómo interpretarla en cuanto a que es Palabra de Dios que contiene la verdad de la Revelación de Dios para todos los hombres, y así contribuya lo más posible a nuestra edificación y sea realmente como dice el salmista:

«Para mis pies antorcha es tu Palabra, luz para mi sendero» (Salmo 119, 105).

La Biblia es el libro del verdadero católico, el que siempre debe estar en sus manos. No hay sustituto para ella. Los libros de espiritualidad, de oración, de catequesis, etc. son muy útiles y a veces necesarios, pero además de la Biblia, nunca en sustitución. Por eso es necesario que cada quien tenga su Biblia completa.

Es necesario que pongamos en claro nuestro objetivo al leer la Biblia. Ciertamente podemos acercarnos de diferentes maneras: hay en ella arqueología, historia, literatura, poesía, lingüistica, etc; pero no olvidemos las palabras de San Pablo: «juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor» (Filipenses 3, 8). Lo que a un católico debe apasionar antes que nada, es conocer a Cristo, su plan salvador, su voluntad, el ofrecimiento de vida que tiene para cada uno de nosotros y para la humanidad entera. El presupuesto fundamental para acercarse a leer la Biblia es la fe. Porque es Palabra de Dios. Esto es lo primordial de una lectura creyente de la Biblia. De este presupuesto se desprenden las siguientes condiciones:

- Nuestra intención al leer la Biblia, debe ser, el conocer a Dios y su plan. Dice el Concilio Vaticano II en el documento Dei Verbum (Verbo Divino) que "la Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo". Esto nos habla de la eminente dignidad que la Iglesia reconoce en la Palabra de Dios. Leer la Sagrada Escritura es tocar los misterios de Dios que nos ha revelado su amor. Esto tiene una gran consecuencia: que Dios se comunica con nosotros por amor, esperando que nosotros le respondamos, pero, por nuestra libertad, puede quedarse hablando solo. Acercarnos a leer la Biblia es signo de que queremos entrar en esa comunicación que Él ha iniciado.

Quien lee la Biblia no se pregunta por ejemplo ¿qué le pasó a Israel?, sino ¿qué me revela Dios a través de ese acontecimiento del pueblo de Israel? Para el católico la lectura de la Biblia no es un estudio abstracto, sino un diálogo siempre nuevo con Alguien vivo, que le ama y le llama.

- No quedarse en la letra«La letra mata, más el Espíritu da vida» (2 Corintios 3, 6). La esencia del fariseísmo que criticaba a Jesús es la seguridad puesta en la letra, la esclavitud de la ley, la soberbia de creer conocer todo. Sin embargo, la Biblia es un libro de vida, para la vida. No es un texto que podamos encajonar, sino una presencia; lo que Dios hace y dice hoy para nosotros en nuestra situación actual.

- Reconocer que la Biblia es una verdad histórica, porque en ella se relatan acontecimientos que sucedieron a un pueblo y porque es a través del tiempo como se va revelando en plenitud. Que es también una verdad religiosa, porque lo que Dios quiso fue ofrecernos una Palabra que salva.

- Interpretarla reconociendo que es Palabra de Dios y al mismo tiempo palabra humana. Que es hoy para nosotros y no sólo un recuerdo. Que por ello esa palabra hoy nos juzga. Que en ella podemos encontrar la respuesta de Dios a lo que cada uno de nosotros vive.

- Estar abiertos a lo que nos dice cada vez que la leemos, pues es una Palabra Viva, pero conservando la fidelidad total del mensaje. Esto quiere decir que siempre hay riesgo de que nuestra interpretación de la Palabra sea equivocada. Nuestra fidelidad al Espíritu Santo y al magisterio de la Iglesia hará que este riesgo disminuya. Acudir con nuestros sacerdotes y guías espirituales, en caso de dudas, nos permitirá llegar a la verdad completa.

- Saber que tiene por lo menos dos sentidos básicos. El literal o primero,  que es lo que el autor tuvo en mente al escribir y que se descifra analizando el texto desde su historia, su género literario, la mentalidad de la época, etc. Y el sentido típico, que es más profundo, querido por Dios y que se descubre hasta que se ve el texto a la luz de la Revelación en su totalidad.

Estas condiciones de la lectura de la Sagrada Escritura son indispensables para que podamos acercarnos a la verdad cuando la leemos, para que la respetemos como Palabra Viva.

Ahora conviene que puntualicemos algo sobre la manera de interpretar la Biblia. Siempre que la leemos y sacamos de ella una enseñanza, la estamos aplicando a nuestra situación, la estamos traduciendo a nuestra vida, en una palabra, la estamos interpretando. Aunque a veces no seamos conscientes de ello, siempre sucede así. Nos engañaríamos si pensáramos que al leer la Sagrada Escritura podemos captar la verdad completa de la Palabra de Dios. Somos seres humanos limitados. Sólo hasta nuestra glorificación eso será posible.

Mientras tanto es necesario que tengamos ciertas precauciones al interpretar la Palabra a fin de no traicionarla. Por lo tanto hay que evitar lo siguiente:

- Leerla independiente de la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. Es necesario leer la Biblia a la luz de la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. San Pablo decía a los tesalonicenses:

«Por lo tanto, hermanos, manténganse firmes y guarden fielmente las tradiciones que les enseñamos de palabra o por carta.» (2 Tesalonicenses 2, 15).

Lo que los apóstoles no escribieron, pero que transmitieron por la predicación, con su ejemplo y sus instrucciones, es lo que la Iglesia llama Tradición, la cual forma el Depósito de la fe junto con la Sagrada Escritura. La Tradición es también un testimonio sobre Jesucristo que no contradice la Sagrada Escritura. Ambas están ligadas de forma que una no subsiste sin la otra. Y al Magisterio, que es el carisma de verdad con que se unge a los pastores de la Iglesia, corresponde interpretar auténticamente la Sagrada Escritura.

- Creer que basta leer la Biblia con fe y buena voluntad para comprenderla siempre y en todos los casos. A esto se le llama simplismo fideísta. Esta idea niega que la Palabra de Dios es también palabra de hombres y que es necesario un esfuerzo humano para comprenderla.

- Creer que basta entender racionalmente la Palabra para captar su sentido. Quien piensa así lee la Biblia sólo como palabra humana y olvida que también es Palabra viva de Dios que nos juzga, que nos salva y que exige nuestra fe.

- Seleccionar textos tendenciosamente. Es frecuente la tentación de utilizar la Escritura como un almacén de citas justificadoras. Menciono y leo aquellos pasajes que dicen algo que tiene que ver con mi modo de pensar y actuar, e ignoro aquellos que me incomodan. Quien obra así, olvida que Dios es el autor de toda la Biblia y que el hombre no puede ser el criterio para juzgarla.

- Abusar del sentido acomodaticio. Este sentido no es de la Sagrada Escritura, sino que se le añade. Consiste en hacer uso de los pasajes con una intención distinta a aquella con que fueron escritos, para justificar nuestras ideas o para sustituir la Palabra de Dios por nuestro criterio.

- El literalismo ingenuo, que toma las palabras tal como suenan sin tomar en cuenta los cambios de sentido o los géneros literarios. Quien obra así, olvida que la Palabra tiene un elemento humano que la condiciona históricamente.

- Idolatrar el pasado. Creer que bastaría con entender la Palabra como fue escrita, prescindiendo de la situación actual, para poder aplicarla. Aquí se está olvidando que la Biblia tiene una verdad histórica, que se debe descifrar en cada momento sin absolutizarla en uno solo.

- Idolatrar el presente. Creer que bastaría leer la Palabra desde nuestra situación personal prescindiendo de la Tradición, para encontrar su enseñanza. Esto niega el hecho de que la Palabra se ha manifestado en una historia de siglos, y que ha sido vivida en muchas épocas del hombre, que fue dirigida a una comunidad que la ha transmitido.

Evitar estos errores nos ayudará a comprender mejor lo que Dios quiere decirnos a través de su Palabra.

Es necesario un hábito de lectura constante de la Sagrada Escritura, que nos irá adentrando en el misterio de Dios. A continuación veremos el orden recomendado para leerla y así comprenderla mejor.

Dado que Cristo es el centro de toda la Biblia, para leerla cristianamente conviene comenzar por los Evangelios, iniciando con Marcos, siguiendo por el de Mateo y luego, por el de Lucas junto con el libro de los Hechos de los Apóstoles.

A continuación, leer las cartas de Pablo: Romanos, 1 y 2 de Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, Filemón, 1 y 2 de Tesalonisenses, 1 y 2  de Timoteo, Tito y Hebreos.

Seguir con las cartas de Pedro, la de Santiago y la de Judas.

Luego leer el Evangelio de Juan, seguido de las 3 cartas de Juan y luego el Apocalipsis.

Así resulta más fácil introducirse en el Antiguo Testamento, el cual puede leerse en el orden en que se encuentra.

Lo más importante es ser constantes y leerla con el corazón abierto, la mente dispuesta y dóciles a la acción del Espíritu Santo.

Conclusión

Para todo católico, leer la Biblia es una necesidad para conocer a esa Persona a quien debemos entregar nuestra vida. Es, antes que nada, un acto de fe. Sin este presupuesto, al leer la Biblia nos quedaremos en las ramas.

Que Dios te llene de bendiciones.

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