El pasado 17 de mayo de 2016, el Presidente de México, el Lic. Enrique Peña Nieto, anunció que firmó una iniciativa para reconocer en la Constitución la unión entre personas del mismo sexo.
La iniciativa es más extensa pero la profundizaremos más a detalle en el desarrollo de este tema el cual estará dividido en varias partes: En la primera parte hablaremos de la homosexualidad desde el punto de vista bíblico y eclesial. Veremos qué dicen la Biblia y la Iglesia acerca de la homosexualidad y de las personas homosexuales. En la segunda parte abordaremos el tema desde el punto de vista científico, reflexionando acerca de la investigación realizada por el holandés Gerard J.M. van den Aardweg, Doctor en Psicología por la Universidad de Amsterdam, quien ha dedicado su vida a ayudar a las personas homosexuales (hombres y mujeres) a tratar esta anomalía, como él la llama. También hablaremos de las consecuencias sociales que acarrea la legalización del "matrimonio" entre personas del mismo sexo, así como la legalización de la adopción por parte de parejas homosexuales.
Macho y Hembra los creó
«Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó. Macho y hembra los creó.» (Génesis 1, 27).
Dios ha creado al hombre y a la mujer con un valor único e incalculable. Cada alma tiene un valor infinito para Él y por ello nos ha hecho partícipes de su belleza. Una belleza que no radica en lo estético comercial o sensual de la época en la que vivimos, sino que va más allá cuando es capaz de suscitar en nosotros sentimientos de grandeza, de identidad con Dios, de amor y misericordia.
Dios hizo tanto al hombre como a la mujer a su imagen. Ninguno de los dos fue hecho más a la imagen de Dios que el otro. Desde el principio vemos que la Biblia coloca tanto a uno como al otro en la cima de la creación de Dios. Ninguno de los sexos es exaltado ni despreciado.
Dijo Yavé Dios: «No es bueno que el hombre esté solo. Le daré, pues, un ser semejante a él para que lo ayude.»... Entonces Yavé hizo caer en un profundo sueño al hombre y éste se durmió. Le sacó una de sus costillas y rellenó el hueco con carne... De la costilla que Yavé había sacado al hombre, formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces el hombre exclamó: «Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada varona porque del varón ha sido tomada.» Por eso el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y pasan a ser una sola carne. (Génesis 2, 18.21-23)
Dios hizo a la mujer como una ayuda semejante al hombre, alguien que cubriera sus necesidades y él, a su vez, cubriera las necesidades de ella. Este es un punto de vista complementario de la relación masculina/femenina que dice, que mientras los hombres y las mujeres son igualmente valiosos, y ambos, merecedores de dignidad y respeto, están diseñados con propósitos complementarios para que puedan suplir lo que al otro le falta. Visto desde este modo, debería entenderse que ni el hombre ni la mujer son superiores entre sí ya que ambos nos beneficiamos del otro sexo por el diseño y propósito de Dios.
Esta relación de complementariedad entre el hombre y la mujer encuentra su culmen en el matrimonio. En la expresión «y pasan a ser una sola carne», en Génesis 2, 23, la palabra "carne" no significa solamente "cuerpo" o "acto carnal". El sentido bíblico que tiene la expresión "carne" designa toda la persona, donde está el cuerpo (vivo) está toda la persona. "Una sola carne" equivale a "una sola cosa", una sola "persona moral", es decir, una unidad indisoluble.
Sin embargo, a pesar de este plan de amor de Dios, el hombre, movido por sus deseos desordenados, ha buscado establecer relaciones que están fuera de la voluntad de Dios, llegando incluso a la relación sexual entre personas del mismo sexo.
¿Qué nos dice la Biblia sobre la homosexualidad?
«Ahora sus mujeres cambian las relaciones sexuales normales por relaciones contra la naturaleza. Los hombres, asimismo, dejan la relación natural con la mujer y se apasionan los unos por los otros; practican torpezas varones con varones, y así reciben en su propia persona el castigo merecido por su aberración.» (Romanos 1, 26-27).
«No te acostarás con varón como con mujer; es abominación.» (Levítico 18, 22).
«¿No saben acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? No se engañen: ni los que tienen relaciones sexuales prohibidas, ni los que adoran a los ídolos, ni los adúlteros, ni los homosexuales y los que sólo buscan el placer, ni los ladrones, ni los que no tienen nunca bastante, ni los borrachos, ni los chismosos, ni los que se aprovechan de los demás heredarán el Reino de Dios.» (1 Corintios 6, 9-10).
La Biblia, consistentemente nos dice que la actividad homosexual es un pecado resultado de negar y desobedecer a Dios.
Dios no crea una persona con deseos homosexuales. Una persona se vuelve homosexual a causa del pecado y definitivamente a causa de su elección. Una persona puede haber nacido con una gran susceptibilidad hacia la homosexualidad, al igual que hay gente que ha nacido con una tendencia a la violencia y otros pecados. Eso no lo disculpa de escoger pecar al ceder a sus deseos carnales. Si una persona nació con una gran susceptibilidad hacia el enojo o la cólera, ¿le da derecho a sucumbir a aquellos deseos? ¡Por supuesto que no! Es igual con la homosexualidad.
Sin embargo, la sagrada escritura no describe la homosexualidad como un pecado mayor que cualquier otro. Todo pecado es ofensivo a Dios. La homosexualidad es justamente uno de los muchos pecados listados en el texto de 1 de Corintios 6, 9-10, que vimos anteriormente, que van a dejar a la persona fuera del Reino de Dios. De acuerdo con la Biblia, el perdón de Dios está disponible tanto para un homosexual, como para un adúltero, un adorador de ídolos, un asesino, un ladrón, etc. Dios también promete dar a todos aquellos que crean en Jesucristo para su salvación, la fuerza para la victoria sobre el pecado, incluyendo la homosexualidad.
«Y eso eran algunos de ustedes. Pero ya han sido lavados, ya han sido santificados, ya han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios.» (1 Corintios 6, 11).
«Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!» (2 Corintios 5, 17).
Ahora bien, aunque la Biblia desaprueba los actos homosexuales, también desaprueba la homofobia, es decir el odio a los homosexuales, pues nos da el siguiente mandato:
«Respeten a todos, amen a los hermanos, teman a Dios» (1 Pedro 2, 17).
Cabe mencionar que quienes tienen deseos homosexuales no son los únicos que deben de luchar contra sus impulsos. Millones de personas tienen que dominar sus deseos a fin de agradar a Dios. Entre ellas se cuentan hombres y mujeres solteros cuyas circunstancias les impidan casarse, así como quienes están casados con alguien incapaz de tener relaciones sexuales. Todos ellos tienen que controlar sus impulsos y resistir las tentaciones. Y sin embargo, son felices. Igualmente, quienes tienen inclinaciones homosexuales pero de veras desean agradar a Dios también pueden ejercer autodominio y ser felices.
«Por tanto, hagan morir en ustedes lo que es terrenal, es decir, libertinaje, impureza, pasión desordenada, malos deseos y el amor al dinero, que es una manera de servir a los ídolos.» (Colosenses 3, 5).
¿Qué dice la Iglesia Católica sobre la homosexualidad?
Para la Iglesia, basada en todos sus años y en lo que recoge de la Sagrada Escritura, ha considerado, como hasta hace pocos años lo hacía el mundo científico, que la homosexualidad debe entenderse como un desorden mental.
La sociedad moderna afirma sin pruebas que la homosexualidad tiene orígenes genéticos y que la genética predispone al ser humano para ser heterosexual y homosexual, pero nadie ha dicho cual es ese componente biológico ni han explicado la naturaleza de dicho componente que ayude a entender la homosexualidad como algo genético.
Por su parte el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) en el número 2357 describe la homosexualidad de la siguiente manera:
«La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado» (CIC 2357)
Se puede afirmar entonces que una persona sana es aquella que experimenta una atracción sexual hacia personas del sexo opuesto. Sin embargo la mentalidad moderna, alejada de Dios o ignorando su voluntad, ha ido empujando la idea de que la homosexualidad no es una enfermedad sino una preferencia hasta llegar al punto de que en 1973, la Asociación Americana de Psiquiatría (APA: American Psychiatric Asociation) decidió eliminar la homosexualidad del manual de diagnóstico de los trastornos mentales.
A pesar de lo que diga el mundo el Catecismo de la Iglesia Católica en la continuación del número 2357 afirma que:
«...los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.» (CIC 2357).
La Iglesia que reconoce en la homosexualidad una enfermedad sabe que quien la padece necesita ayuda y compasión, y por ello la Iglesia no discrimina a nadie, sabe que para quien la padece esto representa una auténtica prueba por lo que no se trata de discriminar sino de comprender nuestra naturaleza y aceptar a estas personas y ayudarlas a que puedan llevar una vida normal y humana, y no la que la sociedad está buscando implantar.
«Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta.» (CIC 2358).
Debemos entender que no hay equidad de género, pues cada uno es diferente y complementario y que sólo existen dos géneros o sexos: masculino y femenino.
Hasta aquí, la primera parte de nuestra reflexión acerca de la homosexualidad. En la segunda parte abordaremos el tema desde el punto de vista científico psicológico.
Que Dios te llene de bendiciones.
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