La semana anterior hablábamos del fruto del Espíritu Santo. En esta ocasión reflexionaremos acerca de los siete dones del Espíritu Santo.
«Reposará sobre él el espíritu de Yahveh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh. Y le inspirará en el temor de Yahveh. No juzgará por las apariencias, ni sentenciará de oídas.» (Isaías 11, 2-3).
La enumeración de estos dones, más el de piedad, que mencionan algunas traducciones de la Biblia, se ha convertido para la Iglesia en los Siete Dones del Espíritu Santo.
La palabra don, viene del latín donum, que significa regalo. Entonces, estos dones son regalos que el Espíritu Santo nos hizo el día de nuestro bautismo. Sin embargo, aún y cuando son regalos, estos sólo se manifiestan cuando nos encontramos en estado de gracia, es decir, que si hemos cometido algún pecado o vivimos en pecado constante estos dones no se manifestarán, hasta que acudamos al sacramento de reconciliación con un sincero arrepentimiento.
Los siete dones son necesarios para nuestra santificación. Ya sabemos que esta santificación no podemos realizarla por nuestros propios medios, sino que es obra de Dios mismo, por obra de su Espíritu Santo.
Podemos dividirlos en dos grandes grupos: Los que actúan sobre nuestra inteligencia y los que actúan sobre nuestra voluntad:
INTELIGENCIA
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SABIDURIA ENTENDIMIENTO CIENCIA CONSEJO |
VOLUNTAD
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PIEDAD FORTALEZA TEMOR DE DIOS |
1. Sabiduría. Permite experimentar las cosas divinas permitiéndonos saborear y gustar a Dios manifestado en Jesús.
Es contraria a la sabiduría humana, que prefiere a las creaturas en vez del Creador, las cosas materiales a las invisibles y eternas, y las cosas carnales a las espirituales y santas, y no observa en la creatura aquello que conduce a Dios.
2. Entendimiento. Permite penetrar en la verdad de las cosas, ya sean divinas y sobrenaturales o naturales y humanas.
Capta la esencia de las cosas con claridad y el desarrollo del razonamiento e ideas humanas, así como del razonamiento e ideas divinas.
También ayuda a descubrir los distintos sentidos de la Sagrada Escritura.
Capta la esencia espiritual de las realidades sacramentales envueltas en la apariencia y la sustancia.
Es todo lo contrario a la ceguera y embotellamiento intelectual producidos por la acumulación de conocimientos que se olvida que lo esencial es abrir el corazón a Dios para que transforme nuestro interior.
3. Ciencia. Permite reconocer el valor de las cosas creadas y nos muestra el camino de la verdadera vida. Ve el paso de Dios en la creación y capta su designio sobre las cosas y la historia. En lo natural ve lo sobrenatural.
Ve a Dios y sus planes en el mundo sensible y corporal que nos rodea, en los acontecimientos de nuestra historia cotidiana, por más pequeña y aparentemente insignificante que sea, ya que a los ojos de Dios lo pequeño e insignificante puede contener los valores del esfuerzo y el amor por la santidad cristiana.
Como opuesto a este don está la ignorancia, principalmente aquella que no quiere aprender lo que le es necesario para su desarrollo cristiano en la vida y para la salvación eterna de su alma.
4. Consejo. Es el que aplica la inspiración divina a la conducta práctica cotidiana.
Casos imprevistos, repentinos, difíciles de resolver, los soluciona instantáneamente esta inspiración si es secundada y escuchada por el don que hay en el alma en gracia. La mente y el corazón establecen el contacto divino y lo detectan.
Contrario a este don es la precipitación en el obrar, que no escucha la voz de Dios y pretende resolver las situaciones con la sola luz de la razón natural o la conveniencia del momento.
También lo es la lentitud, pues establecida la decisión del Espíritu, es necesaria la determinación rápida y enérgica de ejecución, antes de que cambien las circunstancias y las ocasiones se pierdan.
5. Piedad. Nos mueve a relacionarnos con Dios con la confianza con la que un hijo se relaciona con su Padre. Por lo tanto otorga un sentimiento de fraternidad universal, solidaridad y el instinto de compartir talentos, dones y bienes que el Señor nos dio.
Se opone a este don la dureza de corazón, para con Dios, para con nuestros padres, nuestra familia, o la indiferencia.
6. Fortaleza. Otorga a la persona una energía inquebrantable, principalmente frente a las adversidades, la hace intrépida y valiente para lograr sus objetivos, y hace soportar el dolor y el fracaso.
Se opone a este don la tibieza en las cosas cotidianas, simples y sencillas.
7. Temor de Dios. No es miedo al castigo, sino el temor amoroso de quien no quiere ofender. Enardece el apetito y la voluntad contra los deseos desordenados, y otorga una extraordinaria capacidad para captar la Voluntad de Dios y ser feliz en ella practicándola.
Opuesto a este don está la soberbia que no considera a Dios en su justa dimensión, y hasta se coloca incluso por encima de Él.
Que Dios te llene de bendiciones.
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