Anteriormente vimos que las Obras de Misericordia se dividen en 7 Corporales y 7 Espirituales. En esta ocasión vamos a reflexionar las Obras de Misericordia Corporales.
1. Dar de comer al hambriento
2. Dar de beber al sediento
3. Dar posada al necesitado
4. Vestir al desnudo
5. Visitar y cuidar a los enfermos
6. Visitar a los presos
7. Sepultar a los difuntos
Estas, en su mayoría, se desprenden del Evangelio según San Mateo
Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de beber. Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa.
Anduve sin ropas y me vistieron. Estuve enfermo y fueron a visitarme. Estuve en la cárcel y me fueron a ver (Mt 25, 35-36)
1. Dar de comer al hambriento
2. Dar de beber al sediento
Estas dos primeras son complementarias y se refieren a la ayuda que podemos dar en alimento o dinero a los necesitados.
Los bienes que poseemos, ¡si son bien habidos!, también nos vienen de Dios. Y debemos responder a Dios por estos y por el uso que le hayamos dado.
Dios nos exigirá de acuerdo a lo que nos ha dado:
Escuchen también esto. Un hombre estaba a punto de partir a tierras lejanas, y reunió a sus servidores para confiarles todas sus pertenencias. Al primero le dio cinco talentos de oro, a otro le dio dos, y al tercero solamente uno, a cada cual según su capacidad. Después se marchó.
El que recibió cinco talentos negoció en seguida con el dinero y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo otro tanto, y ganó otros dos. Pero el que recibió uno cavó un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su patrón.
Después de mucho tiempo, vino el señor de esos servidores, y les pidió cuentas. El que había recibido cinco talentos le presentó otros cinco más, diciéndole: «Señor, tú me entregaste cinco talentos, pero aquí están otros cinco más que gané con ellos.» El patrón le contestó: «Muy bien, servidor bueno y honrado; ya que has sido fiel en lo poco, yo te voy a confiar mucho más. Ven a compartir la alegría de tu patrón.»
Vino después el que recibió dos, y dijo: «Señor, tú me entregaste dos talentos, pero aquí tienes otros dos más que gané con ellos.» El patrón le dijo: «Muy bien, servidor bueno y honrado; ya que has sido fiel en lo poco, yo te confiaré mucho más. Ven a compartir la alegría de tu patrón».
Por último vino el que había recibido un solo talento y dijo: «Señor, yo sabía que eres un hombre exigente, que cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has invertido. Por eso yo tuve miedo y escondí en la tierra tu dinero. Aquí tienes lo que es tuyo.»
Pero su patrón le contestó: «¡Servidor malo y perezooso! Si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he invertido, debías haber colocado mi dinero en el banco. A mi regreso yo lo habría recuperado con los intereses. Quítenle, pues, el talento y entréguenselo al que tiene diez.
Porque al que produce se le dará y tendrá en abundancia, pero al que no produce se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese servidor inútil, échenlo a la oscuridad de afuera: allí será el llorar y el rechinar de dientes.» (Mt 25, 14-30)
No es casualidad que esta parábola venga contada en el Evangelio según San Mateo, justamente antes del relato del juicio final donde se enlistan las Obras de Misericordia Corporales.
A quien mucho se le da, mucho se le exige (Lc. 12, 48).
Podemos dar de lo que nos sobra, pero también podemos dar de lo que no nos sobra. Por supuesto, el Señor ve lo segundo con mejores ojos. Recordemos a la pobre viuda que dio para el Templo las últimas dos monedas que le quedaban. No es una parábola, es un hecho real, que nos relata el Evangelio. Cuando Jesús vio lo que daban unos y otros hizo notar esto: "Todos dan a Dios de lo que les sobra. Ella, en cambio, dio todo lo que tenía para vivir" (Lc 21, 1-4).
Esta viuda recuerda otra historia del Antiguo Testamento sobre la viuda de Sarepta, en tiempos del Profeta Elías. Ella alimentó al Profeta Elías con lo último que le quedaba para comer ella y su hijo, en un tiempo de una hambruna terrible. Y ¿qué sucedió? Que no se le agotó ni la harina ni el aceite con que preparó pan para el Profeta. (Ver 1 Reyes 17, 7-16).
A veces no sabemos a quién alimentamos: Abraham recibió a tres hombres que era ¡nada menos! que la Santísima Trinidad (algunos piensan que eran tres Ángeles), los cuales le anunciaron el nacimiento de su hijo Isaac (ver Génesis 19, 1-21). Y, a pesar de la risa de Sara, así fue.
Sobre dar de beber al sediento, la mejor historia de la Biblia es la de la Samaritana a quien el Señor le pidió de beber. (Ver Juan 4, 1-45).
Aquí conviene hacer una aclaración importante. Ya se dijo que si los bienes que tenemos son bien habidos también nos vienen de Dios. También en el tema anterior vimos que antes de amar al prójimo tenemos que amar a Dios. El amar al prójimo sin amar a Dios no es misericordia sino un mero altruismo. Por lo que cualquier persona que obtenga dinero de forma ilegal o ilícita, si da dinero a los necesitados NO está siendo misericordioso, sino altruista, puesto que al momento de faltar a las leyes definidas por la autoridad está desobedeciendo a Dios.
Cada uno en esta vida debe someterse a las autoridades. Pues no hay autoridad que no venga de Dios, y los cargos públicos existen por voluntad de Dios. Por lo tanto, el que se opone a la autoridad se rebela contra un decreto de Dios y tendrá que responder por esa rebeldía (Romanos 13, 1-2).
La siguiente semana continuaremos reflexionando las demás Obras de Misericordia.
Que Dios te llene de bendiciones.
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