viernes, 8 de enero de 2016

Las obras de misericordia

El pasado 8 de diciembre de 2015 dio inicio el Jubileo de la Misericordia, y una de las maneras en que debemos vivir este año Jubilar es reflexionando y practicando las obras de misericordia.

Las obras de misericordia son acciones mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales. Las obras de misericordia son fruto del amor hacia nuestro prójimo.

Pero ¿qué significa Misericordia?

No hay que confundir Misericordia con lástima. La lástima es un sentimiento pasajero que no conlleva acción alguna.

Misericordia es una palabra conformada por los vocablos provenientes del latín: Miser, que significa Miseria, y Cordia, que significa Corazón. Es decir, Misericordia significa sufrir con el otro sus miserias y necesidades y, como consecuencia, ayudarlo a remediarlas, o por lo menos a sobrellevarlas. Por lo tanto las obras de misericordia nos acercan a nuestros hermanos y nos permite ver en ellos el rostro de Cristo. 

¿Cuáles son las Obras de Misericordia?

Las obras de misericordia son 14 y se dividen en 7 corporales y 7 espirituales.

Obras de misericordia corporales:
1. Visitar y cuidar a los enfermos
2. Dar de comer al hambriento
3. Dar de beber al sediento
4. Dar posada al necesitado
5. Vestir al desnudo
6. Visitar a los presos
7. Sepultar a los difuntos

Obras de misericordia espirituales:
1. Enseñar al que no sabe
2. Dar buen consejo al que lo necesita
3. Corregir al que está en el error
4. Perdonar las ofensas
5. Consolar al triste
6. Sufrir con paciencia los defectos de los demás
7. Rezar por los vivos y los difuntos.

Las Obras de Misericordia Corporales, en su mayoría provienen de la lista hecha por Jesús en su descripción del Juicio Final en el Evangelio según San Mateo.

Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de beber. Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa.
Anduve sin ropas y me vistieron. Estuve enfermo y fueron a visitarme. Estuve en la cárcel y me fueron a ver (Mt 25, 35-36)

Mientras que las Obras de Misericordia Espirituales la Iglesia las ha tomado de otros textos que están a lo largo de la Biblia y de actitudes y enseñanzas del mismo Jesús: el perdón, la corrección fraterna, el consuelo, soportar el sufrimiento, etc.

El amor a Dios viene antes del amor al prójimo.

Al principio veíamos que las Obras de Misericordia son fruto del amor a nuestro prójimo, pero antes de analizar cada una de las Obras de Misericordia tenemos que tener en cuenta algo muy importante: primero hay que amar a Dios. El amor al prójimo es el fruto de nuestro amor a Dios.

La prueba de que amamos a Dios, es que amamos al prójimo, pero nuestro amor al prójimo debe ser un reflejo de nuestro amor a Dios.

Si pretendemos primero amar a los demás sin antes amar a Dios, estamos siendo altruistas, filántropos, benefactores. Eso no está mal, pero eso lo puede hacer y de hecho lo hace cualquiera que no sea cristiano o que lo haga no por amor al prójimo sino buscando un beneficio, como puede ser el deducir impuestos.

El católico tiene que amar al prójimo desde Dios. Tal vez el resultado de la ayuda hecha pueda aparentar ser el mismo si lo hace alguien que busca un beneficio, pues se resuelve un problema personal o social, pero no es igual para nuestra alma, y tampoco es igual para quien recibe la ayuda.

Al amar al prójimo desde Dios, hay un flujo de gracia invisible, que viene de Dios y que va más allá de la ayuda misma que se está dando, pues quien da está dando a Dios y quien recibe está recibiendo a Dios, aunque ninguno de los dos lo vea.

Si la ayuda la damos independientemente del amor a Dios, no tiene ningún mérito para nuestra vida espiritual. Es filantropía o altruismo. Se resuelve el problema y la necesidad de alguien, pero no merecemos en nada para nuestra vida espiritual.

Cuando actuamos por filantropía, efectivamente la persona recibe la ayuda que requiere. Pero al ayudar desde nosotros mismos y no desde el amor a Dios, siempre se presenta el riesgo de yo ser portador de mí mismo y no de Dios. Eso no es amor cristiano, es ayuda; no es que sea mala, pero no es lo que Dios nos pide.

El amor a Dios y el amor al prójimo son como los maderos de la Cruz

Comparemos el doble mandamiento del amor con los maderos de la Cruz:

el madero vertical representa nuestro amor a Dios, pues va en sentido hacia arriba, hacia el Cielo.

el madero horizontal representa el amor a los demás, a los semejantes, a los que están a nuestra altura, pues va en sentido lateral.

¡Cuál de los dos maderos va primero? ¿Cuál de los dos no puede sostenerse solo? La comparación es clara. El amor a Dios es lo que sostiene nuestro amor al prójimo. No puede haber amor al prójimo sin amor a Dios.

El ejercicio de las Obras de Misericordia comunica gracias a quien las ejerce.

Quien ejerce el amor al prójimo desde el amor a Dios recibe gracias, pues está haciendo la voluntad de Dios.

Mediante el ejercicio de las Obras de Misericordia se va borrando la pena purificante que merecen nuestros pecados ya personados, es una de las bienaventuranzas.

Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos alcanzarán misericordia (Mt. 5, 7)

Además nos van ayudando a avanzar en el camino al Cielo. Es como si ahorráramos para el Cielo.

No acumulen tesoros en la tierra. Acumulen tesoros en el Cielo (Mt. 6, 19.20)

De esta manera cambiamos los bienes temporales por los eternos, que son los que valen de verdad.

En el próximo tema comenzaremos a reflexionar cada una de las Obras de Misericordia.

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