En el tema anterior hablamos acerca de lo que es y lo que no es la oración, así como su importancia en nuestras vidas. En esta ocasión hablaremos de los distintos tipos de oración.
La auténtica oración es sólo una: la que realizamos con el sincero propósito de unirnos más a Jesús. Los tipos o modos de oración son más bien momentos de nuestra relación con Dios.
Adoración. En la adoración el hombre se inclina ante la grandeza de Dios. Cuando reconocemos su infinita grandeza, cuando lo vemos soberano absoluto, cuando pensamos que si todo faltara menos Dios no nos faltaría nada importante. Entonces nos experimentamos como criaturas que dependemos absolutamente de Él, que por su gracia participamos de su divinidad por el simple hecho de haber sido creados.
Al igual que los ancianos de la visión del Apocalipsis que arrojan sus coronas delante del trono, nosotros proclamamos «Eres digno, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder» (Apocalipsis 4, 11).
En la adoración expresamos dos cosas: que entre Dios y nosotros hay una inmensa diferencia, pero que nos sentimos atraídos por Él.
Alabanza. Dios no necesita de ningún aplauso, somos nosotros quienes necesitamos expresar espontáneamente nuestra alegría en Dios y nuestro gozo en el corazón.
La alabanza es la forma de orar que reconoce de manera más directa que Dios es Dios. Le canta por Él mismo, le canta no por lo que hace sino por lo que Él es. Por ello está íntimamente unida a la adoración, al reconocimiento, no sólo intelectual sino existencial, de la pequeñez de todo lo creado en comparación con el Creador.
En el Evangelio encontramos dos ejemplos muy claros de oración de alabanza. La oración de María cuando visita a su prima Isabel después de que el Espíritu Santo la cubrió con su sombra: «Engrandece mi alma al Señor.y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador...» (Lc 1, 46.ss) y la profecía de Zacarías, padre de Juan el Bautista, quien lleno del Espíritu Santo dijo: «Bendito el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo...» (Lc 1, 68.ss).
Acción de gracias. Es la respuesta del hombre ante el amor de Dios; es la respuesta de quien ha recibido el don del Espíritu Santo. No necesariamente tiene que ser posterior a una súplica escuchada, porque todo lo que somos ya es un regalo de Dios sin tener que haberlo pedido. Nuestra existencia es enteramente un don, así como todo lo creado. De ahí brota espontáneamente la acción de gracias. La liturgia de la Misa expresa esto en el inicio de la parte llamada Prefacio que dice: "En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor Padre Santo, Dios Todopoderoso y Eterno...".
Para orar en acción de gracias, hay que aprender dos cosas: que también lo difícil se debe agradecer en fe; y que no debemos acoger las cosas como si fueran algo preestablecido, y hay que dar gracias de todo en todo momento: cada amanecer, cada comida, cada encuentro, cada logro, porque nos lo concede Dios. San Pablo dice: «Reciten entre ustedes salmos, himnos y cánticos inspirados; canten y salmodien en su corazón al Señor, dando gracias siempre y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo» (Efesios 5, 19-20).
Petición. Orar para pedir algo implica reconocer que vivimos de la gracia. Exige humildad y sinceridad. Dentro de esta oración se comprende la petición de perdón o peticiones por alguien, lo que conocemos como intercesión.
Orar para pedir algo nos exige esperar que nuestra petición será escuchada, aunque el resultado que tenga no sea el que nosotros esperábamos. Debemos orar y recordar al mismo tiempo que Dios sabe mejor que nosotros lo que nos hace falta. Esto es orar en el Señor. Jesús dice: «...porque su Padre sabe lo que necesitan antes de pedírselo» (Mateo 6, 8). Por eso hay que pedir con seguridad en la fe, como lo ilustra el Evangelio: «Por eso les digo: todo lo que pidan en la oración, crean que ya lo han recibido y lo obtendrán» (Marcos 11, 24). La mejor oración de petición que podemos hacer es "que se haga tu voluntad en mi vida". Esa fue la oración que hizo Jesús en Getsemaní cuando dijo: «Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22, 42). Esta es la manera en que nuestra oración participa en la Providencia de Dios.
Estos cuatro momentos, o actos de la oración no tienen fronteras precisas, justamente porque se trata de lo mismo: de estar en comunicación con Dios, de establecer una relación desinteresada. Sobre todo, porque se trata de un acto que se realiza bajo la acción del Espíritu Santo, que es impredecible y que nos lleva por donde Él quiere, si nosotros estamos disponibles como el arpa para ser tocada por el Músico Divino.
La oración es una necesidad humana. La petición, la acción de gracias e incluso la adoración y la alabanza aprovechan para nuestra salvación. Dios no tiene necesidad de ello, aunque por su amor ha querido entrar en comunicación con nosotros.
Cuando el Espíritu nos conduce, nuestra oración va transitando por todos los momentos, pero siempre como un diálogo de amor, como una entrega desinteresada de la criatura en manos de su Creador que lo es todo.
Que Dios te llene de bendiciones.
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