sábado, 16 de abril de 2016

Dejándonos conducir por el Espíritu Santo

En el tema anterior veíamos lo difícil que es conservar la fe, en una sociedad que no da importancia al desarrollo espiritual y que se mueve como si Dios no existiera. Reflexionábamos acerca de la necesidad de volver a los orígenes de nuestra vida cristiana.

El Espíritu Santo ya está en nosotros, por el bautismo. Sin embargo en pleno uso de nuestra libertad hemos frenado su acción en nuestras vidas.

En esta ocasión hablaremos de cuán importante es dejarnos conducir por el Espíritu Santo.

El hombre no tiene capacidad para alcanzar por sí mismo la vida divina. Es Dios quien por amor nos hace participar de la misma. Cuando nosotros, por nuestras fuerzas, queremos seguir el camino de la vida nueva, pronto nos desalentamos al comprobar nuestra limitación. Pero no olvidemos que es Dios por su Espíritu el que nos hace avanzar hacia Cristo.

«Pues Dios es el que produce en ustedes tanto el querer como el actuar para agradarle.» (Filipenses 2, 13)

Nosotros tenemos que poner todo nuestro esfuerzo, pero dependiendo totalmente del Espíritu Santo. El camino de la vida nueva es un camino de fe. El esfuerzo que nos corresponde es mantener siempre una actitud de dependencia hacia Él. Sería vano nuestro esfuerzo si nos empeñáramos en querer hacer lo que corresponde a Dios. Nuestra parte es, estar abiertos a la acción del Espíritu Santo.

Quien así actúa se deja guiar por el Espíritu Santo. Pero lograr esto no es fácil. Hay que vencer en una lucha dejando de lado nuestros criterios, para que sean los criterios de Dios los que rijan en nuestra vida a través del Espíritu Santo. Ese es el "buen combate de la fe", y el trofeo para el vencedor: conquistar la vida eterna a la que hemos sido llamados.

«Pelea el buen combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado y por la que hiciste tu hermosa declaración de fe en presencia de numerosos testigos.» (1 Timoteo 6, 12).

Las batallas se van librando día con día contra varios enemigos: la flojera, nuestras pasiones desordenadas, nuestros juicios sobre las personas, la trampa en nuestros negocios, la ley del menor esfuerzo, las ganas de criticar, el egoísmo en las relaciones familiares, la apatía ante lo que sucede en la sociedad, la falta de servicialidad, etc.

Cuando nos dejamos guiar por el Espíritu Santo lo notamos de inmediato, porque vemos como vencemos en esas batallas. Es el Espíritu de Dios, que se nos ha entregado y habita en nosotros la fuerza que nos permite hacerlo. Es nuestro guía en el camino de la vida nueva. La promesa de Jesús fue clara: «Y cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad» (Juan 16, 13).

Por la acción del Espíritu Santo los mandatos de Jesús ya no son simples reglas restrictivas, sino ley del corazón, por lo mismo podemos vivir no como esclavos, sino como hijos de Dios, podemos entender plenamente las palabras de Dios para ser testigos de su salvación. Es el Espíritu Santo el que nos hace parte del cuerpo de Cristo.

Cómo dejarnos guiar por el Espíritu Santo.

El Espíritu Santo quiere guiarnos y mostrarnos la verdad, para que así podamos vivir en completa libertad.

La mejor manera para que el Espíritu Santo actúe con libertad en nuestra vida, es mediante la oración. Es importante que diariamente busquemos un momento de oración para pedirle al Espíritu Santo que ilumine nuestro entendimiento.

El Espíritu Santo respeta nuestra libertad y jamás nos forzará, sino que siempre esperará a que nosotros abramos nuestro corazón y lo invitemos a entrar en nuestras vidas.

«Mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y comeré con él y él conmigo.» (Apocalipsis 3, 20).

En la cultura judía cuando alguien invitaba a comer a una persona a su casa, le estaba diciendo que era una persona de toda su confianza. El comer juntos era un signo de estrechar lazos de una sincera amistad. Es por eso que en la cita de Apocalipsis que acabamos de leer, el Señor dice "entraré a su casa y comeré con él y él conmigo", es decir que desde ese mismo instante Dios entablará con nosotros una estrecha amistad.

Busquemos siempre esa amistad con Dios a través de la acción del Espíritu Santo.

Que Dios te llene de bendiciones.

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