sábado, 5 de marzo de 2016

Los 10 Mandamientos. Segunda parte

Continuamos reflexionando los 10 Mandamientos. La semana anterior reflexionamos los cuatro primeros: Amarás a Dios sobre todas las cosas, No tomarás el nombre de Dios en vano, Santificarás las fiestas, Honrarás a tu padre y a tu madre.

5. No matarás
«No mates.» (Éxodo 20, 13)

La vida humana ha de ser respetada porque es sagrada. Desde el comienzo supone la acción creadora de Dios y permanece para siempre en una relación especial con el Creador, su único fin. A nadie le es lícito destruir directamente a un ser humano inocente, porque es gravemente contrario a la dignidad de la persona y a la santidad del Creador. «No harás morir al inocente ni al justo» (Éxodo 23, 7).

Por tanto el quinto mandamiento prohíbe, como gravemente contrarios a la Ley de Dios:

1) El homicidio directo y voluntario y la cooperación en el mismo.
2) El aborto directo, querido como fin o como medio, así como la cooperación en el mismo, bajo pena de excomunión, porque el ser humano, desde el instante de su concepción, ha de ser respetado y protegido de modo absoluto en su integridad.
3) La eutanasia directa, que consiste en poner término, con una acción o una omisión de lo necesario, a la vida de las personas discapacitadas, gravemente enfermas o próximas a la muerte.
4) El suicidio y la cooperación voluntaria en el mismo, en cuanto es una ofensa grave al justo amor de Dios, de sí mismo y del prójimo, por lo que se refiere a la responsabilidad, ésta puede quedar atenuada en caso de trastornos psíquicos o graves temores.
¿Qué sucede con la legítima defensa propia? Con la legítima defensa se toma la opción de defenderse y se valora el derecho a la vida, propia o del otro, pero no la opción de matar- En la legítima defensa, no debe haber un uso de la violencia mayor que el necesario para preservar la vida.

6. No cometerás actos impuros
«No cometas adulterio.» (Éxodo 20, 14).

Aunque en el texto bíblico del Decálogo se dice «No cometas adulterio», la Tradición de la Iglesia tiene en cuenta todas las enseñanzas morales del Antiguo Testamento, y considera que el sexto mandamiento se refiere al conjunto de todos los pecados contra la castidad.

Dios ha creado al hombre como varón y mujer, con igual dignidad personal, y ha inscrito en él la vocación del amor y de la comunión. Corresponde a cada uno aceptar la propia identidad sexual, reconociendo la importancia de la misma para toda persona.

La castidad es la positiva integración de la sexualidad en la persona. La sexualidad es verdaderamente humana cuando está integrada de manera justa en la relación de persona a persona. La sexualidad es una virtud moral, un don de Dios, una gracia y un fruto del Espíritu Santo.

La virtud de la castidad supone el dominio de sí mismo, como expresión de libertad humana destinada a la donación de uno mismo. Para este fin, es necesaria una integral y permanente educación, que se realiza en etapas graduales de crecimiento.

Son numerosos los medios de que disponemos para vivir la castidad: la gracia de Dios, los sacramentos, la oración, el conocimiento de uno mismo, la práctica de hábitos adaptados a las diversas situaciones y el ejercicio de las virtudes teologales, en particular la virtud de la templanza, que busca que la razón sea la guía de las pasiones.

Todos, siguiendo el ejemplo de Cristo, modelo de castidad, estamos llamados a llevar una vida casta según el propio estado de vida: unos viviendo en la virginidad o en el celibato consagrado, medio eminente de dedicarse más fácilmente a Dios, con un corazón sin división; otros, si están casados, viviendo la castidad conyugal, es decir vivir su sexualidad en orden al amor conyugal y el respeto evitando reducirla a un mero sentimiento pasional, siendo conscientes de que ahora son una sola carne (Génesis 2, 24); y los no casados viviendo la castidad en la continencia.

Son pecados, gravemente contrarios a la castidad: el adulterio, la masturbación, la fornicación, la pornografía, la prostitución, el abuso sexual, el acoso sexual y los actos homosexuales. Estos pecados son expresión del vicio de la lujuria. Si se cometen con menores, estos actos son un atentado aún más grave contra su integridad física, psicológica y moral.

7. No robarás
«No robes» (Éxodo 20, 15)

El séptimo mandamiento declara el destino y distribución universal de los bienes; el derecho a la propiedad privada; el respeto a las personas, a sus bienes y a la integridad de la creación. La Iglesia encuentra también en este mandamiento el fundamento de su doctrina social, que comprende la recta gestión en la actividad económica y en la vida social y política; el derecho y el deber del trabajo humano; la justicia y la solidaridad entre las naciones y el amor a los pobres.

El séptimo mandamiento prescribe el respeto a los bienes ajenos mediante la práctica de la justicia y de la caridad, de la templanza y de la solidaridad. En particular, exige el respeto a las promesas y a los contratos estipulados; la reparación de la injusticia cometida y la restitución del bien robado; el respeto a la integridad de la Creación, mediante el uso prudente y moderado de los recursos minerales, vegetales y animales del universo, con singular atención a las especies amenazadas de extinción.

El séptimo mandamiento prohíbe ante todo el robo, que es la usurpación del bien ajeno contra la razonable voluntad de su dueño. Esto sucede también cuando se pagan salarios injustos, cuando se especula haciendo variar artificialmente el valor de los bienes para obtener beneficio en detrimento ajeno, y cuando se falsifican cheques y facturas. Prohíbe además cometer fraudes fiscales o comerciales y ocasionar voluntariamente un daño a las propiedades privadas o públicas. Prohíbe igualmente la usura, la corrupción, el abuso privado de bienes sociales, los trabajos culpablemente mal realizados y el despilfarro.

8. No darás falso testimonio ni mentirás
«No atestigües en falso contra tu prójimo» (Éxodo 20, 16)

Toda persona está llamada a la sinceridad y a la veracidad en el hacer y en el hablar. Cada uno tiene el deber de buscar la verdad y adherirse a ella, ordenando la propia vida según las exigencias de la verdad. En Jesucristo, la verdad de Dios se ha manifestado íntegramente: Él es la Verdad. Quien le sigue vive en el Espíritu de la verdad, y rechaza la doblez, la simulación y la hipocresía.

El cristiano debe dar testimonio de la verdad evangélica en todos los campos de su actividad pública y privada; incluso con el sacrificio, si es necesario, de la propia vida.

El octavo mandamiento prohíbe:

1) El falso testimonio, el perjurio y la mentira, cuya gravedad se mide según la naturaleza de la verdad que deforma, de las circunstancias, de las intenciones del mentiroso y de los daños ocasionados a las víctimas.
2) El juicio temerario, la maledicencia, la difamación y la calumnia, que perjudican o destruyen la buena reputación y el honor, a los que tiene derecho toda persona.
3) El halago, la adulación o la complacencia, sobre todo si están orientados a pecar gravemente o para lograr ventajas ilícitas.

Una culpa cometida contra la verdad debe ser reparada, si ha causado daño a otro.

9. No consentirás pensamientos ni deseos impuros.
«No codicies la casa de tu prójimo. No codicies su mujer, ni sus servidores, su buey o su burro. No codicies nada de lo que le pertenece.» (Exodo 20, 1-17)
«El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón» (Mt 5, 28)

El noveno mandamiento exige vencer la concupiscencia carnal en los pensamientos y en los deseos. La lucha contra esta concupiscencia supone la purificación del corazón y la práctica de la virtud de la templanza.

El noveno mandamiento prohíbe consentir pensamientos y deseos relativos a acciones prohibidas por el sexto mandamiento.

El bautizado, con la gracia de Dios y luchando contra los deseos desordenados, alcanza la pureza del corazón mediante la virtud y el don de la castidad, la pureza de intención, la pureza de la mirada exterior e interior, la disciplina de los sentimientos y de la imaginación, y con la oración.

La pureza exige el pudor, que, preservando la intimidad de la persona, expresa la delicadeza de la castidad y regula las miradas y gestos, en conformidad con la dignidad de las personas y con la relación que existe entre ellas. El pudor libera del difundido erotismo y mantiene alejado de cuanto favorece la curiosidad morbosa. Requiere también una purificación del ambiente social, mediante la lucha constante contra la permisividad de las costumbres, basada en un erróneo concepto de la libertad humana.

10. No codiciarás los bienes ajenos.
«No codicies la casa de tu prójimo. No codicies su mujer, ni sus servidores, su buey o su burro. No codicies nada de lo que le pertenece.» (Exodo 20, 1-17)

Este mandamiento, que complementa al anterior, exige una actitud interior de respeto en relación con la propiedad ajena, y prohíbe la avaricia, el deseo desordenado de los bienes de otros y la envidia, que consiste en la tristeza experimentada ante los bienes del prójimo y en el deseo desordenado de apropiarse de los mismos.

Jesús exige a sus discípulos que le antepongan a Él respecto a todo y a todos. El desprendimiento de las riquezas, según el espíritu de la pobreza evangélica, y el abandono a la providencia de Dios, que nos libera de la preocupación por el mañana, nos preparan para la bienaventuranza de «los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mt 5, 3).

El mayor deseo del hombre es ver a Dios. Éste es el grito de todo su ser: «¡Quiero ver a Dios!». El hombre, en efecto, realiza su verdadera y plena felicidad en la visión y en la bienaventuranza de Aquel que lo ha creado por amor, y lo atrae hacia sí en su infinito amor.

«Estén despiertos y recen para que no caigan en la tentación. El espíritu es animoso, pero la carne es débil.»  (Mateo 26, 41).

Que Dios te llene de bendiciones.

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