martes, 4 de abril de 2023

El gran pecado de Judas Iscariote

 Nos encontramos ya celebrando la Semana Santa, en que recordamos la pasión, muerte y resurrección de nuestro Seños Jesús. En esta ocasión hablaremos de un personaje del cual casi no se habla durante estos días. Hablaremos de Judas Iscariote y cuál fue su gran pecado.

Judas Iscariote fue uno de los elegidos por Jesús para ser uno de sus doce apóstoles, tal como lo podemos constatar en Mateo 10, 3-4.

«Los nombres de los doce apóstoles son: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; luego Santiago el hijo de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el recaudador de impuestos; Santiago, el hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón el cananeo, y Judas Iscariote, el que lo entregó.»

En este texto, Mateo ya nos anticipa que Judas Iscariote es quien entregó a Jesús. Sin embargo, hay que destacar que Judas ni nació traidor ni lo era al momento de ser elegido como uno de los doce, sino que llegó a serlo. Pero, ¿cuál fue el motivo que llevó a Judas a convertirse en traidor?

El padre Raniero Cantalamesa, en su predicación de Semana Santa de 2014, comenta que la respuesta a esta interrogante la encontramos en los evangelios, las únicas fuentes fiables sobre Judas Iscariote. El mismo San Juan lo llama ladrón porque tomaba dinero de la bolsa común.

«Judas Iscariote, uno de los discípulos -el que lo iba a traicionar- protestó diciendo: -¿Porqué no se vendió este perfume en trescientos denarios para repartirlo entre los pobres?-. Si dijo esto, no fue porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón y, como tenía a su cargo la bolsa del dinero común, robaba de lo que echaban en ella» (Jn, 12, 4-6).

El dinero, anti-Dios

Aclaremos algo importante, el dinero en sí mismo no es malo, si así fuera Dios jamás le habría ofrecido riquezas a Salomón.

«Ya que me has pedido esto, y no una larga vida, ni riquezas, ni la muerte de tus enemigos, sino sabiduría para gobernar con justicia, te concederé lo que me has pedido. Te doy un corazón sabio y prudente como no ha habido antes de ti ni lo habrá después. Pero además te añado lo que no has pedido: riquezas y gloria en tal grado, que no habrá en tus días rey alguno como tú.» (1-Reyes 3, 10-14).

El problema viene cuando ponemos toda nuestra confianza en el dinero en lugar de Dios: «Nadie puede servir a dos amos; porque odiará a uno y amará al otro, o será fiel a uno y al otro no le hará caso. Ustedes no pueden servir a Dios y al dinero» (Mateo 6, 24) El dinero es anti-Dios porque cambia el objeto de las virtudes teologales. Fe, esperanza y caridad ya no se ponen en Dios, sino en el dinero.

«Porque el amor al dinero es la raíz de todos los males» (1-Timoteo 6, 10a). Entre los males de la sociedad actual que tienen su raíz en el amor al dinero están: el tráfico drogas, la prostitución, la mafia, la venta de órganos extirpados a niños, la corrupción política, las crisis financieras, y varios más.

Como todos los ídolos, el dinero es falso y mentiroso, promete seguridad y, sin embargo, la quita; promete libertad y, en cambio, la destruye.

Fue su amor al dinero lo que llevó a Judas Iscariote a traicionar a Jesús. Su propuesta a los jefes de los sacerdotes es explícita: «¿Qué me dan si les entrego a Jesús?» (Mateo 26, 15).

La diferencia entre Judas y Pedro

Pedro negó a Jesús, esta negación puede ser considerada como una traición. ¿Dónde está, entonces, la diferencia? En una sola cosa. Pedro tuvo confianza en la misericordia de Cristo, Judas no. El mayor pecado de Judas no fue haber traicionado a Jesús, sino haber dudado de su misericordia.

Si por debilidad, alguna vez hemos imitado a Judas en la traición, ya sea en mayor o menor medida, no lo imitemos en esta falta de confianza en el perdón.

Existe un sacramento en el que es posible vivir una experiencia de la misericordia de Cristo: el sacramento de la reconciliación.

Es dulce experimentar a Jesús como maestro, como Señor, pero más dulce aún experimentarlo como Redentor: como aquel que te toca, como hizo con el leproso, y te dice: «¡Lo quiero, queda curado!» (Mateo 8,3).

La confesión nos permite experimentar sobre nosotros lo que la Iglesia canta la noche de Pascua: «¡Oh, feliz culpa, que mereció tal Redentor!»

Fuente: Predicación del Padre Raniero Cantalamesa del Viernes Santo, 18 de abril de 2014.

Que Dios te llene de bendiciones.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario