Hoy, 7 de septiembre de 2021, es un día triste para todo el catolicismo en México, pues los magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), decidieron despenalizar y, lo que es peor, legalizar el aborto en todo el país.
Esto traerá consecuencias muy graves, pues ya lo decía la Madre Teresa de Calcuta en su discurso de aceptación del Premio Nobel de la Paz en 1979:
Si una madre puede asesinar a su propio hijo en su seno, ¿qué impedirá que nos matemos unos a otros?
Y es precisamente lo que estamos viviendo en nuestro país: violencia, asesinatos, secuestros. Y ahora con la despenalización y legalización del aborto se agravará aún más.
Las preguntas que muchos nos hacemos es: ¿Cómo llegamos a este punto? ¿Qué tuvo que pasar para que esto sucediera? Las cuales son muy válidas y hasta podríamos decir que sería justo tener una respuesta.
Pero, hay otra pregunta más dolorosa y que quizás nos roba la tranquilidad: ¿Y ahora qué sigue? ¿Qué debemos hacer? Hoy, me viene a la mente la escena de los apóstoles que, después de ver a su maestro morir en la cruz, se encuentran escondidos a puerta cerrada, tristes y temerosos. Hoy como hace veinte siglos, pareciera que el mal ha vencido y ha puesto su trono en medio de nosotros.
En el año 2018, tuve la oportunidad de tomar los Talleres de Oración y Vida del Padre Ignacio Larrañaga. Recuerdo que, en una de mis oraciones personales, yo le externaba a Dios precisamente mi preocupación por la posibilidad de la legalización del aborto y el matrimonio igualitario. Y en ese silencio, recuerdo que una de las citas bíblicas del ejercicio semanal era del profeta Isaías, y no sé porqué pero mi mirada se desvió hacia otro punto en la página y pude alcanzar a leer lo siguiente:
Es verdad que la tierra está cubierta de tinieblas y los pueblos de oscuridad, pero sobre ti amanece el Señor y se manifiesta su gloria (Isaías 60, 2).
Sentí que Dios estaba respondiendo a mi oración. Me di cuenta que Dios está consciente del mal que se cierne sobre nuestro mundo. Y hoy viene a mi mente la parábola del trigo y la cizaña:
Jesús les propuso otra parábola: «Aquí tienen una figura del Reino de los Cielos. Un hombre sembró buena semilla en su campo, pero mientras la gente estaba durmiendo, vino su enemigo, sembró malas hierbas en medio del trigo, y se fue. Cuando el trigo creció y empezó a echar espigas, apareció también la maleza. Entonces los trabajadores fueron a decirle al patrón: «Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, viene esa maleza?» Respondió el patrón: «Eso es obra de un enemigo.» Los obreros le preguntaron: «¿Quieres que arranquemos la maleza?» «No», dijo el patrón, «pues al quitar la maleza, podrían arrancar también el trigo. Déjenlos crecer juntos hasta la hora de la cosecha. Entonces diré a los segadores: Corten primero las malas hierbas, hagan fardos y arrójenlos al fuego. Después cosechen el trigo y guárdenlo en mis bodegas.» (Mateo 13,24-30).
Y en esta cita bíblica encontramos las respuestas a las preguntas que nos hacíamos al principio.
¿Cómo llegamos a este punto? ¿Qué tuvo que pasar para que esto sucediera?
pero mientras la gente estaba durmiendo, vino su enemigo, sembró malas hierbas en medio del trigo, y se fue (Mateo 13, 25)
Hemos llegado a este punto, porque nos hemos dormido. Dejamos que el mal avanzara de manera silenciosa. Pensamos que por el sólo hecho de ser católicos ya teníamos el cielo asegurado. Pero no tiene caso lamentarse ahora, y aquí viene la respuesta a las otras dos preguntas:
¿Y ahora qué sigue? ¿Qué debemos hacer?
Déjenlos crecer juntos hasta la hora de la cosecha. Entonces diré a los segadores: Corten primero las malas hierbas, hagan fardos y arrójenlos al fuego. Después cosechen el trigo y guárdenlo en mis bodegas. (Mateo 13, 30).
Si el mal crece, nuestra fe y nuestra esperanza también debe crecer. No podemos quedarnos como espectadores sin hacer nada. Debemos hacer cómo la primeras comunidades:
Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones. (Hechos 2, 42)
Es necesario que nos mantengamos firmes en la oración, firmes en nuestra fe.
Pues no nos estamos enfrentando a fuerzas humanas, sino a los poderes y autoridades que dirigen este mundo y sus fuerzas oscuras, los espíritus y fuerzas malas del mundo de arriba. Por eso pónganse la armadura de Dios, para que en el día malo puedan resistir y mantenerse en la fila valiéndose de todas sus armas. Tomen la verdad como cinturón, la justicia como coraza; tengan buen calzado, estando listos para propagar el Evangelio de la paz. Tengan siempre en la mano el escudo de la fe, y así podrán atajar las flechas incendiarias del demonio. Por último, usen el casco de la salvación y la espada del Espíritu, o sea, la Palabra de Dios. Vivan orando y suplicando. Oren en todo tiempo según les inspire el Espíritu. Velen en común y perseveren en sus oraciones sin desanimarse nunca, intercediendo en favor de todos los santos, sus hermanos. (Efesios 6, 18).
No nos desanimemos, sigamos perseverando.
Que Dios te llene de bendiciones
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