Nos encontramos en el mes dedicado a la Santísima Virgen María, madre de Dios y madre nuestra. Es por ello que en esta ocación tocaremos el tema de la fe tomando como ejemplo a María. Normalmente cuando se habla de la fe se toma como ejemplo a Abraham, pero hoy descubriremos que María tiene mucho que enseñarnos respecto a la fe en nuestra vida cotidiana.
¿Qué es la fe?
Existen una gran cantidad de citas bíblicas que nos hablan acerca de la fe:
La fe es como aferrarse a lo que se espera, es la certeza de cosas que no se pueden ver. (Hebreos 11,1).
Los apóstoles dijeron al Señor: -Auméntanos la fe. (Lucas 17, 5).
Así pues, quienes mediante la fe estamos siendo justificados, vivimos en paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. (Romanos 5, 1).
Y mi justo vivirá por la fe; pero, si retrocede cobardemente, ya no me agradará (Hebreos (10, 38).
Sin embargo nos enfocaremos en tres aspectos de la fe: como don, como una virtud y como una decisión.
La fe es un don
Por la gracia, en efecto, han sido salvados mediante la fe; y esto no es algo que venga de ustedes, sino que es un don de Dios. (Efesios 2, 8).
La fe es un don de Dios, no es nuestro, es un don firme, que da la certeza de la salvación, de esta manera la salvación depende de la fidelidad de Dios y no de nosotros. Es por ello que este don es irrevocable.
Que los dones y la vocación de Dios son irrevocables. (Romanos 11, 29).
María, fue educada según la ley de Moisés, la cual regía al pueblo de Israel, y recibió la fe de sus padres, Joaquín y Ana, ya que en el pueblo de Israel la fe se transmitía de padres a hijos.
Pero, si la fe es un don de Dios ¿no es Él quien tiene que darla? La respuesta es sí. Pero para recibir este don antes debemos desearlo, para que podamos desearlo alguien tiene que transmitirlo.
«La fe se transmite, por así decirlo, por contacto, de persona a persona, como una llama enciende otra llama» (Lumen fidei, n. 37)
El Papa Francisco nos dice que «transmitir la fe no es dar informaciones, sino fundar un corazón en la fe... transmitiendo lo que hemos recibido.» (Papa Francisco, homilía del jueves 3 de mayo de 2018).
Porque yo les transmití, en primer lugar, lo que a su vez recibí (1-Corintios 15, 3a).
En definitiva, la fe surge de la proclamación, y la proclamación se verifica mediante la palabra de Cristo (Romanos 10, 17).
Una vez que se ha despertado en nosotros el deseo de recibir la fe, lo que tenemos que hacer es pedirlo y Él nos lo concederá.
Por el mismo Espíritu Dios concede a uno el don de la fe (1-Corintios 12, 9a).
Hay personas que esperan ser invadidas por un sentimiento de fe. La fe no se mide por la intensidad de los sentimientos de fe, sino por las obras, tal como lo muestra la carta de Santiago:
¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvalo la fe? Si un hermano o una hermana están desnudos y no tienen nada para comer, y uno de ustedes les dice: «Váyanse en paz, abríguense y coman», pero no les da lo necesario para su cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe: si no tiene obras, está completamente muerta.
Sin embargo, alguien podría decir: «Tú tienes fe, y yo tengo obras; muéstrame tu fe sin las obras, que yo por las obras te mostraré mi fe» ¿Tu crees que existe un solo Dios? Haces bien, pero también los demonios creen y se estremecen. (Santiago 2, 14-19).
Al igual que a María, nuestros padres nos han transmitido la fe con la finalidad de encender en nosotros el deseo de pedirla, sin embargo María continua buscando acrecentar su fe.
Pidamos a Dios el don de la fe, y al igual que María busquemos acrecentarla en nuestras obras, para que así podamos decir «hágase».
La fe es una virtud
Virtud se define como el hábito o cualidad permanente del alma que da inclinación, facilidad y prontitud para conocer y obrar el bien y evitar el mal. Por ejemplo, si tienes el hábito de decir siempre la verdad, posees la virtud de la veracidad o sinceridad. Si tienes el hábito de ser rigurosamente honrado con los derechos de los demás, posees la virtud de la justicia.
Si adquirimos una virtud por nuestro propio esfuerzo, desarrollando conscientemente un hábito bueno, denominamos a esa virtud natural.
Sin embargo, Dios puede infundir en el alma una virtud directamente, sin esfuerzo por nuestra parte. Por su poder infinito puede conferir a un alma el poder y la inclinación de realizar ciertas acciones que son buenas sobrenaturalmente.
Una virtud de este tipo, el hábito infundido en el alma directamente por Dios, se llama sobrenatural. Entre estas virtudes las más importantes son las tres que llamamos teologales: fe, esperanza y caridad. Y se llaman teologales (o divinas) porque atañen a Dios directamente: creemos en Dios, en Dios esperamos y a El amamos.
Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad (1-Corintios 13, 13)
Estas tres virtudes, junto con la gracia santificante, se infunden en nuestra alma en el sacramento del Bautismo y, una vez recibidas, no se pierden fácilmente.
La virtud de la caridad, la capacidad de amar a Dios con amor sobrenatural, se pierde sólo cuando deliberadamente nos separamos de El por el pecado mortal. Cuando se pierde la gracia santificante también se pierde la caridad.
Pero aun habiendo perdido la caridad, la fe y la esperanza permanecen. La virtud de la esperanza se pierde sólo por un pecado directo contra ella, por la desesperación de no confiar más en la bondad y misericordia divinas. Y la fe a su vez se pierde por un pecado grave contra ella, cuando rehusamos creer lo que Dios ha revelado.
Perdemos la virtud de la fe cuando no confiamos en Dios y queremos que las cosas se hagan a nuestra manera. Eso fue lo que le ocurrió a Zacarías cuando el ángel le anunció que su esposa, Isabel, le daría un hijo al que llamaría Juan.
Zacarías dijo al ángel: «¿Quién me lo puede asegurar? Yo ya soy viejo y mi esposa también.» (Lucas 1, 18).
La pregunta "¿Quién me lo puede asegurar?" pone en duda las palabras dichas por el ángel, quien tan solo estaba dando un mensaje enviado por Dios, por lo que, al dudar del mensaje duda de Dios, y por esta razón Zacarías quedó mudo.
El ángel contestó: «Yo soy Gabriel, el que tiene entrada al consejo de Dios, y he sido enviado para hablar contigo y comunicarte esta buena noticia. Mis palabras se cumplirán a su debido tiempo, pero tú, por no haber creído, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que todo esto ocurra.» (Lucas 1, 19-20)
Mientras que en el caso de María, cuando el ángel le anunció que daría luz un hijo ella lo dio por hecho, simplemente preguntó cuál sería la manera en que sucederían las cosas, y el ángel respondió con todo detalle
María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?»
El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.» (Lucas 1, 34-37)
Aún y cuando la fe es una virtud sobrenatural, que recibimos en el bautismo, requiere de nuestra voluntad para ser eficaz, es decir, debemos confiar voluntariamente en Dios en todos los acontecimientos de nuestra vida. Tal y como María lo hizo.
Después de que los ángeles se volvieron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha dado a conocer.» Fueron apresuradamente y hallaron a María y a José con el recién nacido acostado en el pesebre. Entonces contaron lo que los ángeles les habían dicho del niño. Todos los que escucharon a los pastores quedaron maravillados de lo que decían. María, por su parte, guardaba todos estos acontecimientos y los volvía a meditar en su interior. (Lucas 2, 15-19)
Al tercer día lo hallaron en el Templo, sentado en medio de los maestros de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su inteligencia y de sus respuestas. Sus padres se emocionaron mucho al verlo; su madre le decía: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo hemos estado muy angustiados mientras te buscábamos.» .El les contestó: «¿Y por qué me buscaban? ¿No saben que yo debo estar donde mi Padre?» Pero ellos no comprendieron esta respuesta. Jesús entonces regresó con ellos, llegando a Nazaret. Posteriormente siguió obedeciéndoles. Su madre, por su parte, guardaba todas estas cosas en su corazón. (Lucas 2, 46-51).
El corazón es símbolo de amor e interioridad. María guardaba todos los acontecimientos en su corazón, esto quiere decir que aunque en su mente no entendía muchas cosas su confianza es mayor, por eso siempre aparece en el evangelio revelando su total obediencia a los planes de Dios.
La fe es una decisión
Hasta ahora sabemos que la fe es un don y una virtud que recibimos de parte de Dios. También vimos que la fe requiere de nuestra voluntad, por lo que la fe es también una decisión, pues podemos decidir voluntariamente creer o no creer.
Sabemos que la vida no es un campo de rosas, sino que en ocasiones nos tenemos que enfrentar con situaciones que pudieran llegar a hacernos dudar en la fe, es por ello que debemos prepararnos, por medio de la oración, los sacramentos y los sacrificios para enfrentar las pruebas que se nos presenten.
Si te has decidido a servir al Señor, prepárate para la prueba. Conserva recto tu corazón y sé decidido, no te pongas nervioso cuando vengan las dificultades. Apégate al Señor, no te apartes de él; si actúas así, arribarás a buen puerto al final de tus días. Acepta todo lo que te pase y sé paciente cuando te halles botado en el suelo. Porque así como el oro se purifica en el fuego, así también los que agradan a Dios pasan por el crisol de la humillación. Confía en él y te cuidará; sigue el camino recto y espera en él. (Sirácides 2, 1)
Esto es lo que María vivió en carne propia al ver cómo su hijo era juzgado, flagelado y condenado a muerte injústamente. En ese momento difícil de prueba ella tenía dos opciones: creer y confiar en Dios o dejar de creer y buscar una salida con sus propias fuerzas.
María cree en Dios y confia en su plan aunque no entendiera lo que estaba pasando.
Muchas veces nos encontramos en situaciones en las que no entendemos el porqué Dios permite que sucedan las cosas. Es verdad que es difícil creer y confiar cuando las cosas no salen como esperamos, pero es en esos momentos en que, si creemos, seremos purificados y aprenderemos a confiar en el plan de Dios.
Dios no nos pide que entendamos sino que confiemos en Él. Es válido decir que no entendemos, es válido incluso llorar, pues somos humanos frágiles. Pero si confiamos saldremos más fortalecidos de la prueba.
Conclusión
En estos tiempos en que nos encontramos desconcertados por esta pendemia, por la incertidumbre de lo que pueda suceder más adelante, es necesario que, a ejemplo de María, pongamos nuestra total confianza en Dios.
Por eso yo les digo: No anden preocupados por su vida con problemas de alimentos, ni por su cuerpo con problemas de ropa. ¿No es más importante la vida que el alimento y más valioso el cuerpo que la ropa? Fíjense en las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, no guardan alimentos en graneros, y sin embargo el Padre del Cielo, el Padre de ustedes, las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que las aves? ¿Quién de ustedes, por más que se preocupe, puede añadir algo a su estatura? Y ¿por qué se preocupan tanto por la ropa? Miren cómo crecen las flores del campo, y no trabajan ni tejen. Pero yo les digo que ni Salomón, con todo su lujo, se pudo vestir como una de ellas. Y si Dios viste así el pasto del campo, que hoy brota y mañana se echa al fuego, ¿no hará mucho más por ustedes? ¡Qué poca fe tienen! No anden tan preocupados ni digan: ¿tendremos alimentos? o ¿qué beberemos? o ¿tendremos ropas para vestirnos? Los que no conocen a Dios se afanan por esas cosas, pero el Padre del Cielo, Padre de ustedes, sabe que necesitan todo eso. Por lo tanto, busquen primero el Reino y la Justicia de Dios, y se les darán también todas esas cosas. No se preocupen por el día de mañana, pues el mañana se preocupará por sí mismo. A cada día le bastan sus problemas. (Mateo 6, 25-34).
Confiemos en Dios.
Que Dios te llene de bendiciones.
Algo sabía la Virgen María, como que tenía información de primera mano, cuando en las bodas de Caná de Galilea le dijo a Jesús "no tienen vino"... , y Jesús convirtiendo el agua en vino manifestó su gloria, fué su primera señal y sus discípulos creyeron en Él.
ResponderBorrarLos novios tuvieron como regalo el mejor vino pero los discípulos recibieron el mejor regalo "su Fe"
Algo sabía la Virgen María, como que tenía información de primera mano, cuando en las bodas de Caná de Galilea le dijo a Jesús "no tienen vino"... , y Jesús convirtiendo el agua en vino manifestó su gloria, fué su primera señal y sus discípulos creyeron en Él.
ResponderBorrarLos novios tuvieron como regalo el mejor vino pero los discípulos recibieron el mejor regalo "su Fe"