Uno de los artículos de nuestra fe que profesamos en el credo dice: Creo en el Espíritu Santo; pero ¿Cuál es el contenido de este artículo de fe? ¿Qué sabemos acerca del Espíritu Santo? Si hiciéramos una entrevista en la calle y preguntásemos a la gente ¿Quién es para ti el Espíritu Santo? quizá muchos tendrían dificultad para responder, o se quedarían sin saber qué decir. Alguno que haya leído el catecismo repetirá la fórmula: “es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad”, o “el Espíritu Santo es Dios”. Es una respuesta correcta, pero demasiado genérica, se puede quedar en una fórmula que no se comprenda y no influya en la vida diaria. El cristianismo no es una teoría sino una práctica de la fe. Ciertamente, los cristianos tenemos que dar razón de nuestra fe y esperanza; en ese sentido debemos conocer y profundizar en el contenido de nuestra fe.
Todos nosotros necesitamos de imágenes para comprender ciertas realidades que son difíciles de explicar con conceptos, razonamientos. Es indudable que la gente sencilla prefiere las imágenes y símbolos antes que los discursos, porque las imágenes (esculturas, pinturas) son concretas, dicen mucho más que las palabras. No es posible una religión sin imágenes y símbolos; por ello, en el Antiguo Testamento, el pueblo de Israel tuvo siempre la tentación de fabricarse, como en otras religiones, imágenes de Dios, rendirles culto, incurriendo en el pecado de idolatría severamente condenado por los profetas. No les fue permitido hacerse una imagen de Yahvé porque Dios no tenía ninguna imagen concreta. Con la Encarnación del Hijo de Dios, Dios asumió un rostro humano en Jesús; Él es la imagen visible del Dios invisible (Cf., Col 1, 15), por ello los cristianos tenemos derecho a tener imágenes de Dios sin que esto tenga nada que ver con la idolatría.
De Jesucristo tenemos innumerable imágenes: el Niño Dios, el Sagrado Corazón, muchísimas imágenes de Cristo Sufriente, Jesús crucificado, del Señor de la Ascensión, entre otras. Hay innumerables organizaciones religiosas (sociedades, cofradías, hermandades) que tienen por patrono y veneran alguna imagen de Jesús, de la Virgen o de algún santo; pero ¿Cuántas sociedades o cofradías hay para honrar al Padre Eterno y al Espíritu Santo? Esto se debe, en gran medida, a que no contamos con imágenes palpables del Espíritu Santo y del Padre. El hecho de la Encarnación marca una diferencia esencial, sólo el Verbo de Dios se ha encarnado asumiendo el rostro visible de Jesús. Al Padre se le ha representado con la imagen de un ‘anciano’ con mirada severa y que tiene el mundo en sus manos; pero, obviamente, Dios no es ningún anciano y esa imagen no resulta muy atrayente para la mayoría de los cristianos. Al Espíritu Santo se le ha representado con una paloma, una nube, o unas lenguas de fuego; pero, por muy bíblicas que sean dichas imágenes o símbolos, no sería pertinente hacer de ellas alguna escultura o pintura y sacarlas en procesión, y menos rendirles algún tipo de culto; dichas imágenes no inspirarían la correcta devoción en los fieles sino que, por el contrario, podrían inducir a una tergiversación de la piedad popular.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que “creer en el Espíritu Santo es profesar que el Espíritu Santo es una de las personas de la Santísima Trinidad” (N.° 685), que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria. El Espíritu Santo no es, pues algo sino Alguien, es decir, es una PERSONA; y así nos lo presenta el libro de los Hechos (considerado como el “Evangelio del Espíritu”): el Espíritu Santo habla a los apóstoles, les sugiere, les manda, etc., actúa como una persona porque es una persona. No podemos, pues, ‘cosificar’ al Espíritu Santo reduciéndolo a mera ‘fuerza’, ‘soplo’ o ‘energía’ divina. Por ser una persona podemos establecer con Él una relación personal, por ser ‘Persona Divina” debemos tributarle el mismo honor y Gloria debida al Padre y al Hijo. La devoción al Espíritu Santo tiene que ser, pues, una devoción obligatoria, necesaria para nosotros. En nuestra vida de fe, de oración, el Espíritu Santo tiene que ocupar un lugar privilegiado por encima de cualquier santo de nuestra devoción, porque la divinidad, obviamente, es más importante que cualquier santo. Por ello resulta incomprensible que siendo el Espíritu Santo tan importante en nuestra vida, estando tan presente cada día, muchos cristianos no hayan tomado la suficiente conciencia de esa realidad y no le hayan dado el lugar que le corresponde.
El Espíritu Santo actúa desde toda la eternidad, está presente desde siempre. En la historia de la Salvación vemos su actuación desde la misma creación. En el Nuevo Testamento su actuación se hace mucho más clara: Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo (Cf., Lc 1, 26ss); en su bautismo el Espíritu Santo descendió sobre Él en forma de paloma (Cf., Mc 1, 9ss). Resucitó por obra del Espíritu Santo (Cf., Rm 8, 10). El Espíritu Santo está asociado también con el perdón de los pecados: Jesús “exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan les quedan retenidos” (Jn 20, 22-23). Por otra parte, nadie se convierte si no es movido por el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo actúa en la Iglesia animándola; es el alma de la Iglesia. La Iglesia no podría subsistir si le faltase la presencia y ayuda del Espíritu Santo. Toda la acción misionera de la Iglesia es una obra del Espíritu Santo. El Espíritu Santo inspiró a quienes escribieron la Biblia; el Espíritu Santo anima a todos los creyentes poniéndonos en comunión con Cristo.
El Apóstol Pablo nos refiere que todos los dones y carismas en la Iglesia son una manifestación del Espíritu Santo, todos están al servicio de la Iglesia, que es comunión con Cristo, pues «hemos sido bautizados en el único Espíritu para que formáramos un solo cuerpo, ya fuéramos judíos o griegos, esclavos o libres. Y todos hemos bebido del único Espíritu.» (1 Corintios 12, 13). Hemos recibido el Espíritu Santo en nuestro Bautismo. La Confirmación es una nueva fuerza del Espíritu que se nos da. En todos los sacramentos está presente la acción del Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos mueve a la oración e intercede por nosotros: «Somos débiles pero el Espíritu viene en nuestra ayuda. No sabemos cómo pedir ni qué pedir, pero el Espíritu lo pide por nosotros, sin palabras, como con gemidos.» (Romanos 8, 26); además, «nadie puede decir ‘Jesús es el Señor’ si no es bajo la acción del Espíritu Santo» (1Cor 12, 3). El Espíritu Santo transforma a las personas que no se resisten a su acción; por eso San Pablo nos exhorta a dejarnos conducir por el Espíritu Santo: «si ahora vivimos según el espíritu, dejémonos guiar por el Espíritu» (Gálatas 5, 25). Son innumerables las formas como el Espíritu Santo actúa en la Iglesia y en cada uno de nosotros. Toda obra buena que realizamos es, en realidad, la respuesta a una acción del Espíritu Santo en nosotros. El Espíritu Santo nos mueve a romper con nuestros egoísmos, a ser solidarios, a tener capacidad para perdonar, nos da la fuerza para vencer la tentación, para no desanimarnos en los momentos más difíciles, nos da la fortaleza para superar nuestra debilidad.
En definitiva: no habría vida cristiana sin la actuación permanente del Espíritu Santo.

Autor: Fray Lorenzo Ato
• Párroco del Templo de St. Brigid de la Arquidiócesis de Nueva York
• Director de Comunicaciones Hispanas en la Oficina del Ministerio Hispano en la Arquidiócesis de Nueva York.
• Conductor del programa hispano de radio Hora Católica y la Misa Dominical Televisada en Español.
http://saintbrigidsaintemeric.org/
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Que Dios te llene de bendiciones
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