sábado, 1 de julio de 2017

Los tres enemigos del alma

Si queremos seguir  los mandatos del Señor, debemos estar preparados y saber que los enemigos del alma son tres: Demonio, Mundo y Carne.

Demonio

¿Quién es el demonio? El demonio es un ángel creado por Dios en el cielo, que por haberse revelado contra el mismo Dios, fue arrojado al infierno con muchos otros ángeles que le siguieron, a los que llamamos demonios.

El demonio es un ser inteligente, capaz de gobernarnos. Tiene interés en alejarnos del camino que hemos decidido emprender. Si no siguiéramos a Jesús, seríamos presa fácil de sus ataques. «Sabemos que somos de Dios, mientras el mundo entero está bajo el poder del Maligno.» (1 Juan  5, 19). El está activo siempre aunque nadie lo vea ni crea que existe.

Su estrategia favorita es disfrazarse con engaños. El sabe con qué argumentos convencernos, conoce nuestras debilidades. A veces tenemos pensamientos con apariencia de verdad pero que no vienen de Dios. «Y no hay que maravillarse, pues si Satanás se disfraza de ángel de luz» (2 Corintios 11, 14). El disfraza el mal con buenos sentimientos; nos hace encontrar justificación al mal que hacemos por medio de razonamientos con los que disfraza lo malo de lo bueno.

El demonio actúa en nosotros por medio de la tentación. Nuestra naturaleza caída nos hace blanco fácil de ataques. Si cedemos a la tentación, caemos en pecado y eso complace al demonio porque logra su objetivo. Si no ponemos un alto, pasamos a un nivel de opresión, de ahí a la obsesión y por último a la posesión.

Nuestra actitud no debe ser de miedo. «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién he de temer?» (Salmo 27, 1), sino de alerta: «Sean sobrios y estén vigilantes, porque su enemigo, el diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar. Resístanle firmes en la fe, sabiendo que nuestros hermanos en este mundo se enfrentan con persecuciones semejantes.» (1 Pedro 5, 8-9).

La única forma de vencer al demonio es con oración, con fe, con sacrificios y rechazando todo lo malo. Pero sobre todo al demonio se le vence con humildad.

Mundo

Es preciso que definamos a qué nos referimos al usar esta palabra como uno de los enemigos del alma. San Juan usa la palabra mundo ("kosmos" en griego) con varios sentidos. Vamos a resaltar dos: "Mundo" como la creación de Dios y la humanidad que está en el. Este mundo no es ningún enemigo; más bien Dios lo ama «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.» (Juan 3, 16). Pero también se habla del "mundo" como el orden social y religiosos contrario al plan de Dios, y las personas que lo alientan. Este mundo no puede recibir al Espíritu de la verdad (cfr Juan 14, 17). Es en este segundo sentido en el que los discípulos de Jesús no son del mundo: «Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo.» (Juan 17, 14).

Esto es a lo que llamamos secularismo, es decir, obrar de acuerdo a las costumbres, modas o ideas de la gente sin fe, sin moral y sin Dios, organizando la vida como si Él no existiera dándole importancia solamente a lo que le guste a nuestro cuerpo, al orgullo, o a la avaricia.

Al mundo se le vence aprendiendo a valorar las cosas como las valoran Dios y los santos, no como lo hace la gente sin fe que tiene un modo de pensar completamente materializado, restándole importancia a Dios y a sus mandamientos.

Carne

Igualmente aquí conviene distinguir qué entendemos por "carne" como enemigo del alma. No nos referimos al cuerpo, que es obra de Dios, «Dios vio que todo cuanto había hecho era muy bueno.» (Génesis 1, 31). Nos referimos a la condición pecadora del ser humano, a lo que en su cuerpo y en su mente se opone al Espíritu Santo. San Pablo se lamentaba de esta tendencia negativa que hay en nosotros: «No entiendo mis propios actos: no hago lo que quiero y hago las cosas que detesto.» (Romanos 7, 15)

Dios colocó cierto placer en las cosas para el disfrute de los seres humanos, como en el comer para no morir de hambre, en el dormir para que el cuerpo descanse, y en el sexo, para que podamos procrear. El placer es solamente un estímulo, no es el fin.

Decía San Agustin “yo no le tengo tanto miedo al demonio, al mundo le tengo más miedo, pero nuestro peor enemigo es nuestra propia Carne”.

Para no caer en la tentación la Iglesia nos recomienda confesarse, comulgar, asistir a la Santa Misa, rezar el Rosario, evitar las ocasiones de pecar, evitar las amistades peligrosas, pensar en el Juicio y la Eternidad que nos esperan, y hacer sacrificios.

Venciendo a nuestros enemigos

Los santos despreciaban el mundo y le vencían considerándole que estaba rematadamente loco. En el mundo se dice que los listos, los inteligentes, los que son felices, son los que han sabido hacerse ricos y ahora disfrutan de fama, de riquezas y de placeres. En cambio, Jesucristo, sabiduría eterna, dijo todo lo contrario: “Felices los pobres, los perseguidos, los que sufren, los que lloran”. (Evangelio de San Mateo, 5,3-11).

Las escrituras nos enseñan que no debemos amar al mundo y que no debemos satisfacer los deseos de la carne. Las escrituras también nos enseñan como luchar contra el Demonio. Si nos ponemos de pie y resistimos, él se alejará de nosotros. El Diablo tiembla cuando oramos. El es vencido cuando citamos o leemos un pasaje de la escritura, porque Cristo se hace presente de inmediato.

No temamos. «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (Romanos 8, 31).

Que Dios te llene de bendiciones.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario