El Señor Jesucristo, médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos, que perdonó los pecados al paralítico y le devolvió la salud del cuerpo (cf Mc 2,1-12), quiso que su Iglesia continuase, en la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y de salvación, incluso en sus propios miembros. Este es la finalidad de los Sacramentos de Sanación: la Reconciliación y la Unción de los enfermos.
El Sacramento de la Reconciliación
Es uno de los siete Sacramentos instituidos por Cristo, que perdona los pecados cometidos contra Dios, después de haber sido bautizados. El nombre de Reconciliación se debe a que reconcilia al pecador con el amor del Padre.
Este Sacramento recibe también otros nombres:
Conversión: porque responde a la llamada de Cristo a convertirse, a volver al Padre y la lleva a cabo sacramentalmente.
Penitencia: del latín "poenitare", significa tener pena, arrepentirse, y recibe este nombre por el proceso de conversión personal y de arrepentimiento.
Confesión: porque la persona confiesa sus pecados ante el sacerdote, requisito indispensable para recibir la absolución y el perdón de los pecados.
Institución del Sacramento de la Reconciliación.
Después de la Resurrección estaban reunidos los apóstoles, con las puertas cerradas por miedo a los judíos, se les aparece Jesús y les dice: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envío a mí, así los envío yo también.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos.» (Juan 20, 21-23). Este es el momento exacto en que Cristo instituye este sacramento. Cristo, que nos ama inmensamente, en su infinita misericordia le otorga a los apóstoles el poder de perdonar los pecados. Jesús les da el mandato, a los apóstoles, de continuar la misión para la que fue enviado; el perdonar los pecados. No pudo hacernos un mejor regalo que darnos la posibilidad de liberarnos del mal del pecado.
El poder que Cristo le otorgó a los apóstoles de perdonar los pecados, implica un acto judicial, pues el sacerdote actúa como juez, imponiendo una sentencia y un castigo. Sólo que en este caso, la sentencia es siempre el perdón, sí es que el penitente ha cumplido con todos los requisitos y tiene las debidas disposiciones. Todo lo que ahí se lleva a cabo es en nombre y con la autoridad de Cristo.
Solamente si alguien se niega, deliberadamente, a acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento estará rechazando el perdón de los pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo y no será perdonado. «Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno.» (Marcos 3, 29). Esto es lo que llamamos el pecado contra el Espíritu Santo. Esta actitud tan dura nos puede llevar a la condenación eterna. (Catecismo de la Iglesia Católica N°. 1864).
En los primeros tiempos del cristianismo, se suscitaron muchas herejías respecto a los pecados. Algunos decían que ciertos pecados no podían perdonarse, otros que cualquier cristiano bueno y piadoso lo podía perdonar, etc. Los protestantes fueron unos de los que más atacaron la doctrina de la Iglesia sobre este sacramento. Por ello, el Concilio de Trento declaró que Cristo comunicó a los apóstoles y sus legítimos sucesores la potestad de perdonar realmente todos los pecados.
Signo: Materia y Forma
El Concilio de Trento, siguiendo la idea de Sto. Tomás de Aquino reafirmó que el signo sensible de este sacramento era la absolución de los pecados por parte del sacerdote y los actos del penitente.
Como en todo sacramento este signo sensible está compuesto por la materia y la forma. En este caso son:
La materia: el dolor de corazón o contrición, los pecados dichos al confesor de manera sincera e íntegra y el cumplimiento de la penitencia o satisfacción. Los pecados graves hay obligación de confesarlos todos.
La forma: las palabras que pronuncia el sacerdote después de escuchar los pecados, y de haber emitido un juicio, cuando da la absolución: “Yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
Los actos del penitente
1. El examen de conciencia, es el primer paso para prepararse a recibir el perdón de los pecados. Se debe de hacer en silencio, de cara a Dios revisando las faltas cometidas como cristianos, revisando los Mandamientos de la Ley de Dios, de la Iglesia y nuestros deberes de estado (de hijos, padres esposos, estudiantes, patrones, empleados, etc.). Hay que revisar las acciones moralmente malas (pecados de comisión) y las buenas que se han dejado de hacer (pecados de omisión). Primeramente hay que reconocer nuestras faltas. Si pensamos que no tenemos pecados, nos estamos engañando, o no los queremos reconocer a causa de nuestra soberbia, que no quiere admitir las imperfecciones en nuestra vida, o puede suceder que estamos tan acostumbrados a ellos, que ya ni cuenta nos damos cuando pecamos. Uno de los efectos del pecado es la ofuscación de la inteligencia. Una vez reconocidos nuestros pecados, tenemos que pedir perdón por ellos. No hay pecado que no pueda ser perdonado, si nos acogemos a la misericordia de Dios con un corazón arrepentido y humillado.
2. Contrición, dolor de corazón o arrepentimiento: es el acto más importante que debe hacer un penitente. Este es un acto de la voluntad, que procede de la razón iluminada por la gracia y que demuestra el dolor de alma por haber ofendido a Dios y el aborrecimiento de todo pecado. (Concilio de Trento; Catec. no. 1451). No es necesario que haya signos externos del dolor de corazón.
Este arrepentimiento o contrición debe ser interno porque proviene de la inteligencia y la voluntad y no debe ser un fingimiento externo, aunque hay que manifestarlo externamente confesando los pecados.
También ha de ser sobrenatural, tanto por su principio que es Dios que mueve al arrepentimiento como por los motivos que la suscitan.
Tiene que ser universal porque abarca todos los pecados graves cometidos, no se puede pedir perdón por un pecado grave y por otro no.
Así mismo, la persona debe de aborrecer el pecado a tal grado que esté dispuesto a padecer cualquier sufrimiento antes que cometer un pecado grave.
La contrición es perfecta cuando el arrepentimiento nace por amor a Dios. Esta contrición, por sí sola, perdona los pecados veniales. La contrición imperfecta o dolor de atrición, nace por un impulso del Espíritu Santo, pero por miedo a la condenación eterna y al pecado. De todas maneras es válida para recibir la absolución.
3. El propósito de enmienda, es la resolución que debemos tomar una vez que estamos arrepentidos, haciendo el propósito de no volver a pecar, mediante un verdadero esfuerzo. Este debe de ser firme, eficaz, poniendo todos los medios necesarios para evitar el pecado, y universal, es decir, rechazar todo pecado mortal.
4. La confesión de los pecados: es el segundo acto más importante que se debe de hacer. El simple hecho de decir los pecados libera al hombre, se enfrenta con lo que le hace sentir culpable, asumiendo la responsabilidad sobre sus actos y por ello, se abre nuevamente a Dios y a la Iglesia. Esta confesión de los pecados debe ser sincera e íntegra. Lo que implica el deber de decir todos los pecados mortales, incluyendo los que en secreto se han cometido. Así mismo hay que manifestarlos sin justificación, sin aumentarlos, ni disminuirlos.
5. Cumplir la penitencia, como la mayoría de los pecados dañan al prójimo, es necesario hacer lo posible para repararlos. Además el pecado daña al pecador y sus relaciones con los demás. La absolución quita el pecado, pero no remedia los daños causados, por ello es necesario hacer algo más para reparar los pecados. Hay que hacer y cumplir la penitencia que el sacerdote imponga, como una forma de expiar los pecados. Esta penitencia debe ser impuesta según las circunstancias personales del penitente y buscando su bien espiritual. Debe de haber una relación entre la gravedad del pecado y el tipo de pecado.
El no cumplir con alguno de estos actos invalida la confesión.
La celebración de este sacramento, al igual que la de todos los sacramentos, es una acción litúrgica. A pesar de haber habido muchos cambios en la celebración de este sacramento, a través de los siglos, encontramos dos elementos fundamentales en su celebración. Uno de los elementos son los actos que hace el penitente que quiere convertirse, gracias a la acción del Espíritu Santo, como son el arrepentimiento o contrición, la confesión de los pecados y el cumplimiento de la penitencia. El otro elemento es la acción de Dios, por medio de los Obispos y los sacerdotes, la Iglesia perdona los pecados en nombre de Cristo, decide cual debe ser la penitencia, ora con el penitente y hace penitencia con él. (Cfr. CIC no.1148).
Normalmente, el sacramento se recibe de manera individual, acudiendo al confesionario, diciendo sus pecados y recibiendo la absolución en forma particular o individual.
Existen casos excepcionales en los cuales los sacerdote pueden impartir la absolución general o colectiva, tales como aquellas situaciones en las que, de no impartirse, las personas se quedarían sin poder recibir la gracia sacramental por largo tiempo, sin ser por culpa suya. De todos modos, esto no les excluye de tener que acudir a la confesión individual en la primera ocasión que se les presente y confesar los pecados que fueron perdonados a través de la absolución general. Si se llegase a impartir, el ministro tiene la obligación de recordarle a los fieles la necesidad de acudir a la confesión individual en la primera oportunidad que se tenga. Ejemplos de esto serían un estado de guerra, peligro de muerte ante una catástrofe, en tierra de misiones, o en lugares con una escasez tremenda de sacerdotes. Si no existen estas condiciones queda totalmente prohibido hacerlo. (Catecismo de la Iglesia Católicoa N°. 961 y 962).
Efectos del Sacramento de la Reconciliación
El efecto principal de este sacramento es la reconciliación con Dios. Este volver a la amistad con Él es una “resurrección espiritual”, alcanzando, nuevamente, la dignidad de Hijos de Dios. Esto se logra porque se recupera la gracia santificante perdida por el pecado grave.
Reconcilia al pecador con la Iglesia. Por medio del pecado se rompe la unión entre todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo y el sacramento repara o robustece la comunión entre todos. Cada vez que se comete un pecado, la Iglesia sufre, por lo tanto, cuando alguien acude al sacramento, se produce un efecto vivificador en la Iglesia. (Catecismo de la Iglesia Católica N°. 1468 – 1469).
El Sacramento de la Unción de los enfermos.
El sacramento de la Unción de los Enfermos “tiene como fin conferir gracia especiales al cristiano que experimenta las dificultades inherentes al estado de enfermedad y vejez”. (Catecismo de la Iglesia Católica N° 1527).
Es un hecho que la enfermedad y el sufrimiento que ellos conllevan son inherentes al hombre, no se pueden separar de él. Esto le causa graves problemas porque el hombre se ve impotente ante ellos y se da cuenta de sus límites y de que es finito. Además de que la enfermedad puede hacer que se vislumbre la muerte.
Aunque parecería, que ante la enfermedad, el ser humano se acercaría mucho más a Dios, muchas veces el resultado es lo contrario. Ante la angustia que provoca la enfermedad, el miedo, la fatiga, el dolor, el hombre puede desesperarse e inclusive se puede rebelar ante Dios. Muchas veces, el estado físico en que se encuentra el enfermo, lo lleva a no poder hacer la oración necesaria para mantenerse unido al Señor. En otras ocasiones, la enfermedad, cuando se le ha dado un sentido cristiano, lleva a un acercamiento a Dios.
Institución del Sacramento de la Unción de los enfermos
Cuando Cristo invita a sus discípulos a seguirle, implica tomar su cruz, haciéndoles partícipes de su vida, llena de humildad y de pobreza. Esto los lleva a tomar una nueva visión sobre la enfermedad y el sufrimiento y los hace participar en su misión de curación. En Marcos 6, 13 se nos insinúa como los apóstoles, mientras predicaban, exhortando a hacer penitencia y expulsaban demonios, ungían a muchos enfermos con aceite.
Expulsaban a muchos espíritus malos y sanaban a numerosos enfermos, ungiéndoles con aceite. (Marcos 6, 13).
Una vez resucitado, Cristo les dice: «Impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán sanos.» (Marcos 16, 18).
Sabemos que esta Santa Unción fue uno de los sacramentos instituidos por Cristo. La Iglesia manifiesta que, entre los siete sacramentos, hay uno especial para el auxilio de los enfermos, que los ayuda ante las tribulaciones que la enfermedad trae con ella. Sin embargo, sabemos que ni las oraciones más fervorosas logran la curación de todas las enfermedades y que los sufrimientos que hay que padecer, tienen un sentido especial, como nos lo dice San Pablo: «Ahora me alegro cuando tengo que sufrir por ustedes, pues así completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo para bien de su cuerpo, que es la Iglesia.» (Colosenses 1, 24).
El Concilio Vaticano II toma como la promulgación del sacramento, el texto de Santiago 5, 14-15: «¿Hay alguno enfermo? Que llame a los ancianos de la Iglesia, que oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor. La oración hecha con fe salvará al que no puede levantarse; el Señor hará que se levante; y si ha cometido pecados, se le perdonarán». En este texto nos queda claro, que debe ser una enfermedad importante, que lo debe de llevar a cabo un presbítero (sacerdote), y encontramos el signo sensible compuesto de materia y forma.
Signo: Materia y Forma
La unción de los enfermos se administra ungiendo al enfermo con óleo y diciendo las palabras prescritas por la Liturgia. (Catecismo de la Iglesia Católica. N° 998).
La Constitución apostólica de Paulo VI, “Sacram unctionem infirmorum” (El Sacramento de la Unción de los enfermos) del 30 de noviembre de 1972, conforme al Concilio Vaticano II, estableció el rito que en adelante se debería de seguir.
La materia es el aceite de oliva bendecido por el Obispo el Jueves Santo. La unción debe ser en la frente y las manos para que este sacramento sea lícito, pero si las circunstancias no lo permiten, solamente es necesaria una sola unción en la frente o en otra parte del cuerpo para que sea válido.
En los lugares donde no se pueda conseguir el aceite de oliva, se puede utilizar cualquier otro aceite vegetal. Aunque hemos dicho que el Obispo es quien bendice el óleo, en caso de emergencia, cualquier sacerdote puede bendecirlo, siempre y cuando sea durante la celebración del sacramento.
La forma son las palabras que pronuncia el ministro: “Por esta Santa Unción, y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad”.
Las palabras, unidas a la materia hacen que se realice el signo sacramental y se confiera la gracia.
Todos los sacramentos se celebran en forma litúrgica y comunitaria, y la unción de los enfermos no es ninguna excepción. Esta tiene lugar en familia en la casa, en un hospital o en una iglesia. Es conveniente, de ser posible, que vaya precedido del sacramento de la Reconciliación y seguido por el Sacramento de la Eucaristía.
La celebración es muy sencilla y comprende dos elementos, los mismos que menciona Santiago 5, 14: se imponen en silencio las manos a los enfermos, se ora por todos los enfermos, luego la unción con el óleo bendecido.
Efectos del Sacramento de la Unción de los enfermos
La unción de los enfermos es una preparación para el paso de esta vida a la gloria eterna y son muchos los efectos y gracias que confiere al enfermo para prepararse para la entrada a la vida eterna. El enfermo que confía en sus propias fuerzas, podría desesperarse, pero Cristo viene a él para reconfortarlo en estos momentos.
Este sacramento es un sacramento de “vivos”, por lo tanto, incrementa la gracia santificante en el enfermo.
Se recibe la gracia sacramental propia de la Unción de los Enfermos, que es una gracia de consuelo, de paz y de ánimo para vencer las dificultades propias del estado de enfermedad grave o de la vejez. Esta gracia es un don del Espíritu Santo que nos lleva a renovar la confianza y la fe en Dios y fortalece al alma para que sea capaz de vencer las tentaciones de desaliento, y de angustia, especialmente. (Catecismo de la Iglesia Católica N° 1520).
La asistencia del Espíritu Santo tiene como objeto conducir al enfermo hacia la curación del alma, pero si es la voluntad de Dios, también puede recuperar la salud. Por ello es conveniente no esperar hasta el último momento para la administración de este Sacramento, los Sacramentos no tienen como fin hacer milagros, al dejar hasta el final este Sacramento, se podría estar poniendo obstáculos para su eficacia.
La unción de los enfermos puede obtenernos el perdón de los pecados veniales y la remisión de las penas del purgatorio, pues son obstáculos que impiden la entrada al cielo. Este efecto depende de la debida disposición que tenga el sujeto que lo recibe, se necesita un verdadero dolor de corazón, en otras palabras, estar totalmente arrepentidos. Normalmente, este sacramento va acompañado de indulgencia plenaria, la cual perdona la pena temporal.
Hemos mencionado que este sacramento es de “vivos”, es decir, se debe de recibir en estado de gracia, sin pecados mortales. No fue instituido para perdonar los pecados graves, para esto está el Sacramento de la Reconciliación. Pero, en caso de que la persona no se pueda confesar y esté completamente arrepentida, la unción perdona los pecados mortales. Esto fue declarado en el Concilio de Trento, además de estar insinuado en el texto de Santiago ya mencionado.
Si posteriormente, la imposibilidad de confesarse se resuelve, el enfermo tiene la obligación de acudir al Sacramento de la Reconciliación.
En el próximo tema profundizaremos en los Sacramentos de Servicio.
Que Dios te llene de bendiciones.
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