martes, 8 de noviembre de 2016

¿Realmente existe el Infierno?

Vivimos en un tiempo de relativismo religioso, en el cual muchas verdades de la fe llegan a verse como meros mitos o cuentos infantiles sin tomarlas con seriedad. 

Una de estas verdades que se relativiza es el Infierno, pues vemos que muchas personas, incluidos católicos, no creen en su existencia o lo toman muy a la ligera.


¿Qué es el Infierno?

El infierno es un estado que corresponde, en el más allá, a los que mueren en pecado mortal y enemistad con Dios, habiendo perdido la gracia santificante por un acto personal, es decir, inteligente, libre y voluntario.

El Infierno existe y es eterno

Jesucristo habla del infierno muchísimas veces en el Evangelio y expresa claramente su carácter de castigo doloroso y eterno.

«Y si tu mano derecha te lleva al pecado, córtala y aléjala de ti; porque es mejor que pierdas una parte de tu cuerpo y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno.» (Mateo 5, 30).

«Así pasará al final de los tiempos: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los buenos, y los arrojarán al horno ardiente. Allí será el llorar y el rechinar de dientes.» (Mateo 13, 49-50)

«Dirá después a los que estén a la izquierda: «¡Malditos, aléjense de mí y vayan al fuego eterno, que ha sido preparado para el diablo y para sus ángeles!» (Mateo 25, 41).

«Entonces la llama ardiente castigará a los que no reconocen a Dios y no obedecen al Evangelio de Jesús, nuestro Señor.» (2 Tesalonisenses 1, 8).

«Y todo el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego. » (Apocalipsis 20, 15)

Jesús sabía lo que es el infierno y por eso vino al mundo: a librarnos de ese castigo, a enseñarnos el camino para llegar al Cielo.

La existencia del infierno no es un invento de la Iglesia para tener a sus fieles atemorizados. Nunca el miedo nos acerca al Señor, porque estrecha la mente, endurece el corazón y nos hace inoperantes. En cambio, el santo temor de Dios y el no olvidar que podemos ser merecedores de las penas del infierno, es cosa muy distinta, porque nos estimula al reconocimiento continuo de la grandeza del amor divino, a la conversión del corazón y a mantener una actitud vigilante en la vida. 

Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia acerca del infierno no son amenazas, sino llamamientos a la responsabilidad con la que el hombre debe usar su libertad en relación con Dios, con los demás y consigo mismo. 

Sólo aquellos que mantienen una aversión voluntaria a Dios y persisten en ella hasta el final de sus días, escucharán la sentencia divina: «¡Malditos, aléjense de mí y vayan al fuego eterno, que ha sido preparado para el diablo y para sus ángeles!». Ese fuego que nunca se apaga, que diría Jesús, representa la separación total y eterna de Dios. En esa situación, el pecador sufrirá la infelicidad, se hallará en tinieblas y en sombras de muerte para siempre.

¿Cómo es posible que exista el infierno si Dios es infinitamente misericordioso?

«Dios quiere que todos los hombres se salven» nos lo dice San Pablo en la primera carta a Timoteo. Esto nos puede llevar a pensar que si Dios quiere que todos nos salvemos entonces no debería existir el infierno. Pero el apóstol nos dice que Dios "quiere", no que Dios "afirma" que todos los hombres se salvarán. Es como si yo dijera: "quiero aprobar mi examen final", ese "quiero" no significa que aprobaré. De mí depende el que pase o no.

¿En qué consistirán las penas del infierno?

Así como en el Cielo disfrutaremos plenamente como hombres formados de cuerpo y alma, en el infierno también habrá dos elementos de sufrimiento:

- El sufrimiento del alma por no poder ver a Dios, llamado pena de daño. Este sufrimiento se deriva de que los que fueron condenados ya vieron a Dios, con toda su belleza y grandiosidad, en el día del juicio y… ya no lo podrán ver jamás. Es el sufrimiento ocasionado por sentirse irresistiblemente atraídos hacia Dios sabiéndose eternamente rechazados por Él.
 
- El sufrimiento del cuerpo o pena de sentido. Aquí se trata de un elemento material que causa un daño físico, un dolor intensísimo en el cuerpo. Para significar este gran sufrimiento, Cristo habla en el Evangelio de "fuego", y aunque no necesariamente es un fuego como el que conocemos en la Tierra, ésta es la imagen que comúnmente tenemos de las penas del infierno.

¿Puede un condenado arrepentirse?

¡Ojalá pudiera, pero ya no tiene esta posibilidad! El hombre que ha rechazado en su vida la amistad con Dios, ya no es admitido a ella.

En el momento de la muerte, el alma separada, por ser espíritu puro, queda fija para siempre en la posición a favor o en contra de Dios que tenía en el último momento de vida. Dios rechaza eternamente al condenado, pero no porque lo odie, pues su amor es siempre fiel, sino porque el condenado está eternamente cerrado a recibir el perdón. ¿Cómo poder perdonar a alguien que no quiere ser perdonado?

Esta conciencia de no admisión y el saber que ya no tiene remedio, que ya no hay posibilidad de conversión, hace que surja en el condenado el odio y el endurecimiento. Sufren por no estar con Dios, pero ese sufrimiento se transforma en envidia y en odio. Se convierten en enemigos de Dios.

¿Hay alguien realmente en el infierno?

Algunos se han empeñado en dejar vacío el infierno, movidos por un sentimentalismo que representa el buenismo religioso. Esta postura es falaz porque adolece de un doble error: que el amor divino no puede estar en contradicción con la justicia, y que ignora el papel de la libertad del hombre. Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti, dirá san Agustín.

Hay muchos santos a quienes Dios les ha concedido una visión del infierno y que nos han dicho: Vi almas que caían al infierno como hojas que caen en el otoño.

Lo que si debemos tener bien claro es que Dios no predestina a nadie al infierno.

¿Puedo salvarme si me arrepiento en el último momento?

Es demasiado arriesgado pensar que puedes vivir como quieras y arrepentirte en el momento de la muerte, pues ese momento será muy difícil para ti.

Decía Santa Teresa de Calcuta: En el momento de la agonía, el hombre sufre tanto, que es muy fácil que se sienta invadido por la desesperación y la angustia, y estos sentimientos lo vuelvan incapaz de arrepentirse y recibir el perdón de Dios.

Que Dios te llene de bendiciones.

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