martes, 15 de noviembre de 2016

Festividad de Cristo Rey

Es una de las fiestas más importantes del calendario litúrgico, porque celebramos que Cristo es el Rey del universo. Su Reino es el de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, del amor y la paz. Este año la festividad de Cristo Rey se celebra el día 20 de noviembre.

Un poco de historia

La fiesta de Cristo Rey fue instaurada por el Papa Pio XI el 11 de marzo de 1925. El Papa quiso motivar a los católicos a reconocer en  público que el mandatario de la Iglesia es Cristo Rey.

Fin del año litúrgico

Posteriormente se movió la fecha de la celebración dándole un nuevo sentido. Al cerrar el año litúrgico con esta fiesta se quiso resaltar la importancia de Cristo como centro de toda la historia universal. Es el alfa y el omega, el principio y el fin. Cristo reina en las personas con su mensaje de amor, justicia y servicio. El Reino de Cristo es eterno y universal, es decir, para siempre y para todos los hombres.

Esta fiesta tiene un sentido escatológico pues celebramos a Cristo como Rey de todo el universo. Sabemos que el Reino de Cristo ya ha comenzado, pues se hizo presente en la tierra a partir de su venida al mundo hace casi dos mil años, pero Cristo no reinará definitivamente sobre todos los hombres hasta que vuelva al mundo con toda su gloria al final de los tiempos, en la Parusía. Por esta razón los domingos previos a esta festividad el Evangelio que se lee en la Eucaristía hace énfasis en la segunda venida de Cristo.

Fin del Jubileo de la Misericordia

En particular en este año 2016, la festividad de Cristo Rey coincide con la clausura del Jubileo de la Misericordia promulgado por el Papa Francisco el cual dio inicio el 8 de diciembre de 2015, en la festividad de la Inmaculada Concepción de María.

Esto no es ninguna casualidad, ya que Cristo es un Rey misericordioso que desea que todos se salven y puedan llegar a estar junto a Él en su Reino Celestial.

Cristo es Rey

Pilato volvió a entrar en el palacio, llamó a Jesús y le preguntó: «¿Eres tú el Rey de los judíos?» Jesús le contestó: «¿Viene de ti esta pregunta o repites lo que te han dicho otros de mí?»

Pilato respondió: «¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los jefes de los sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?»

Jesús contestó: «Mi realeza no procede de este mundo. Si fuera rey como los de este mundo, mis guardias habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reinado no es de acá.»

Pilato le preguntó: «Entonces, ¿tú eres rey?» Jesús respondió: «Tú lo has dicho: yo soy Rey. Yo doy testimonio de la verdad, y para esto he nacido y he venido al mundo. Todo el que está del lado de la verdad escucha mi voz.» (Juan 18, 33-37).

La Iglesia de nuestros días ha reflexionado mucho sobre este hecho de la realeza de Jesucristo. Y ha mantenido una fiesta que para muchos es inoportuna.

El mundo, que se aleja de Dios con un laicismo y una secularización tan peligrosos, ha de saber que por encima de los acontecimientos humanos y sobre los gustos de la sociedad hay un Rey que reivindica los derechos de Dios.

Ese mundo debe rendirse a Dios, y Jesucristo se proclama Rey para ser el primer testigo de la verdad.

A su Iglesia la constituye signo visible de esta autoridad que Él mantiene sobre el Reino de Dios en el mundo, y le encarga transformar las estructuras sociales de un modo conforme el querer de Dios. Jesucristo es Rey, y por eso hace de nosotros los cristianos un pueblo real, libre de toda esclavitud.

En particular nosotros los seglares --instruidos por el Concilio Vaticano II--, sabemos que participamos de la realeza de Jesucristo; somos reconocidos como encargados de promocionar a la persona humana; y se nos encarga introducir el Evangelio en la sociedad como el fermento en la masa, llenando del Espíritu de Jesucristo todas las realidades sociales, ya que estamos inmersos dentro de todas las vicisitudes del mundo actual, aún sin ser del mundo.

Nuestra vocación dentro del Pueblo de Dios es un testimonio de la realeza de Cristo. Porque, si Jesucristo no fuera Rey y no tuviera el dominio y la soberanía sobre todos los hombres y sobre todas las cosas, ¿con qué derecho y autoridad, o con qué título legítimo, nos presentaríamos nosotros ante los demás para hacerles cambiar de opinión, para mudar sus estructuras y modos de ser, para transformar el mundo?

¡Jesucristo es Rey!

¡Viva Cristo Rey!

Lo proclamamos nosotros a los cuatro vientos con humildad gozosa y lo proclama el valiente testimonio de muchos mártires modernos.

Y esta fe que profesan nuestros labios, la queremos proclamar, sobre todo, con la fidelidad diaria a nuestros deberes cristianos.

Que Dios te llene de bendiciones.

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